Por Alan Luna @AlanisMoon

En la antigua Grecia, Tiqué era la personificación del destino y de la fortuna. Diosa de la prosperidad. De ese sendero que se ha de seguir en la vida y que determina, si se cree en ello, el apelativo al punto final de la historia. Trágico o satisfactorio, siempre ha de llegar aquello que ha causado tanto desconsuelo e incertidumbre: el desenlace de la vida.

A Leonard Norman Cohen no parece importarle mucho la decisión de Tiqué. A los 83 años, dice, está listo para partir. Tal vez sea cierto aquel dicho de la vejez y del Diablo. Tal vez la sapiencia es un estado al que sólo se llega viviendo. Porque es verdad que parte del conocimiento se encuentra en los libros, pero sabiduría sin sentimiento y sentimiento sin vida, son sinsentidos. Y Leonard nos ha enseñado que no hay pasión más versada, que aquella que se acompaña de una melodía.

Hace poco, algunos desinformados alzaron las voces —descontentos— con respecto al Nobel de Literatura de Dylan. Quizá el tiempo les conceda la inmersión en su discurso, y entonces, afortunados, descubrirán a un letrado que abandonó la escuela para visitar a su ídolo Woody Guthrie y que, tiempo después, traspasó barreras y nos dejó palabras imborrables.

Con Leonard Cohen pasa algo similar y, a la vez, sumamente diferente. Él sí concluyó sus estudios y comenzó a publicar poemas. Las letras eran su vida. Eran los años 50, una década osada hacia el final, cuando el mundo ya se recuperaba de los horrores bélicos. Los cambios eran necesarios en el orden mundial. Con una carrera literaria medianamente aceptable, Cohen se convertiría en una de las voces transgresoras hacia 1966, con su novela Beautiful Losers. Un escrito potenciado por las anfetaminas, pero de increíble profundidad y un lenguaje subversivo, que trataba temas sexuales cuando todavía estaban fuera de los límites, e inclusive le valió comparaciones con Joyce. Lectura obligada si se es fanático del canadiense.

Pero en aquel entonces, Tiqué no le sonreía a Cohen. Las ventas de libros eran escasas. Optó por otro camino. El que lo haría verdaderamente célebre. El sinuoso camino de la música.

Las armas, estaba claro, las tenía. Sobre todo en aquella época en donde las voces y las palabras eran lo que movía a una sociedad agitada y necesitada de figuras. Así pues, a los 33 años se unió a Dylan, a Tim Buckley, a Simon & Garfunkel o a Joni Mitchell, como una de las principales figuras del folk.

Hoy las cosas son distintas. Leonard Cohen ha recorrido muchos kilómetros. Ha tomado muchas copas, probado muchas bocas, e ingerido muchas cosas. Se ha quedado casi en la bancarrota por fraudes y ha tenido que salir del retiro para subsanar los gastos económicos.

Y sin embargo, eso no parece importar. La lucidez sigue ahí. Los años le han tratado bien. Le han dado una voz inconfundible, que sólo el tiempo puede moldear, que perfora los oídos y embelesa. Una voz a la que le crees. Y que afortunadamente, tiene mucho por decir.

En sus más recientes materiales, Cohen se ha mostrado reflexivo. Íntimo. Son como autorretratos encancionados. Pequeñas pistas de una mente brillante, minúsculos guiños a lo más profundo de un ser que durante mucho tiempo, se vislumbró más como una leyenda. El misticismo que esconde la magia de los introvertidos, fue motivo de mucha especulación entorno a la figura, al personaje de Leonard Cohen. Sin embargo, conforme pasa el tiempo, y si ponemos mucha atención, podemos construir una versión humanizada.

En You Want It Darker se percibe la parsimonia del elegante humano cansado. La nostalgia es algo inevitable. Es un disco para disfrutarse en soledad. Quizá sea el remedio para soportarla. Porque la honestidad siempre será un incentivo. La primera canción del disco tiene la línea: “Hineni, hineni, I’m ready, my Lord”. Hineni se puede traducir como “Aquí estoy”. ¿Un llamado desesperado? Es lúgubre. Es brutal. Y también es brillante.

Nunca podremos saber qué hay dentro de Leonard Cohen. Las historias superarían la ficción. No obstante, el discurso que podemos leer es el de un ser humano que vivió y que encontró respuestas. “Treaty” es la prueba de que ha digerido las cosas. Tal vez él tenga la respuesta sobre la realidad. Es un canto desilusionado hacia alguien (¿Dios?), pero también es un canto redimido. Es una enunciación y eso sólo puede significar aceptación.

El disco toma niveles astronómicos con cada escucha. Es lenguaje de alta escala, y si el lenguaje es lo que da forma a la estructura vital, entonces Leonard es un arquitecto laureado. Uno de los mejores. De aquellos que colocan los ornamentos necesarios, y esconden en ellos, pequeños detalles que necesitan de la escrupulosa observación para relucir.

You Want It Darker podría ser el testamento de uno de los últimos románticos. Un Werther de la posmodernidad que extiende la mano a la muerte y le mira de frente, como hacen los individuos íntegros. Aquellos afrotunados que han conversado con Tiqué y juntos se han ido caminando.

Y qué mejor, si se le hace de traje y con sombrero.