Por: Omar Morales @OmarInMorales

Quizá porque son humanos, la mayoría de los artistas sucumben a la perversa tentación de regresar a sus orígenes. Con el peso de los años voltean buscando las respuestas que alguien prometió que llegarían, tratan de enmendar errores, caprichos, malas decisiones…

Pero las segundas oportunidades suelen ser traicioneras y conllevan el riesgo de la ignominia. Algunos grupos de rock jamás debieron volver, como Eagles y Stone Temple Pilots, cuyos discos de reunión fueron apenas un pálido recuerdo de su magia original. Otros sólo se reencontraron por algunas cubetadas de dinero, como The Police y Soda Stereo, quienes después de sus exitosas giras confirmaron las nulas posibilidades de un nuevo futuro.

Afortunadamente hay una tercera categoría, mínima, compuesta por elementos extraordinarios que vuelven tras sus pasos movidos por una necesidad estética genuina y no por la absurda necedad mediática de algunos de sus colegas. Grupos que rompen el hiato y sorprenden con la vitalidad de sus nuevas ideas, que suben a los escenarios con más y mejores ánimos y herramientas, que reinciden en su adicción por grabar música nueva y editan los discos más interesantes de su carrera. Todo esto cuando el mundo ya los daba por muertos, cuando sus fanáticos a lo más que aspiraban era a un The best of… Uno de los ejemplos más notables e inesperados de este linaje de músicos tozudos, es Blur.

Sólo los fanáticos recalcitrantes de Oasis podrían negar que varios de los discos que Blur grabó en los noventa fueron de lo más sólido que ofreció el rock inglés en esa década. Así quea finales de 2008, cuando se hizo público y oficial el regreso de Blur, sentí un poco de ansiedad y zozobra en mis ánimos musicales. Por un lado significaba la oportunidad de que grabaran nuevo material, pero en sentido contrario podría ser sólo su respuesta a una jugosa oferta, ¿Blur regresaba por dinero a cambio de algunos conciertos o continuaría con su irreprochable oficio musical? Seis años y cuatro meses después tenemos la respuesta: el octavo disco de estudio de Blur es una de las mejores muestras de que no todas las reuniones de grupos de rock son vanas.

The Magic Whip es un trabajo producto de la casualidad. En 2013 el cuarteto estaba en Japón para tocar en un festival de rock que a última hora fue cancelado, y en lugar de pasear por Tokio o asolearse en las playas de Okinawa, se encerraron por cinco días en un estudio de Hong Kong a improvisar, desarrollar y construir nuevas canciones.

Graham Coxon se ofreció para editar el material de esas sesiones junto a un viejo cómplice del grupo, el productor Stephen Street. Damon Albarn ha reconocido que es un artista obsesionado con el control creativo de sus proyectos, pero gracias a la generosidad emocional que le han dado los años y a lo apretado de su agenda, aceptó que sus colegas trabajaran en pos del nuevo disco de Blur. Los entusiastas incondicionales de su música agradecemos y aplaudimos esa decisión.

Hace un par de meses, en sorpresiva conferencia de prensa, el grupo anunció el lanzamiento de The Magic Whip y reveló algunos detalles del proceso de producción. Desde ese día me propuse revisar con atención sus siete discos anteriores y confirmé que varios de ellos son una maravilla. No soy quién para decir cuál es el “mejor”, pero sí puedo compartirles mi sensación de que The Magic Whip es el que más disfruto en este momento de mi vida.

La presión mediática influyó en las ambiciones musicales y las relaciones personales del Blur de los 90. Hoy no tienen nada que demostrar a nadie, no tienen que pensar en hacer el gran disco del rock británico ni competir con otros grupos de su generación. Para The Magic Whip sólo se pusieron a tocar y lograron un disco de múltiples formas musicales con los sellos distintivos de Albarn y Coxon.

Canciones lúdicas y luminosas (Lonesome Street, Ghost ship,Ong Ong),otras elocuentes y reflexivas (New world towers, Ice cream man, There are too many of us, Pyongyang), cáusticas y ansiosas (Go out, I broadcast), melancólicas y conmovedoras (Thought I was a spaceman, My terracottaheart, Mirrorball).

The Magic Whip es uno de los discos más diversos de Blur. Cuando Coxon le mostró a sus compañeros el resultado de su trabajo de edición y producción con Street, no dudaron en reconocer que había magia en esas sesiones japonesas. Esta es una obra musical que sorprende desde varios ángulos, ¿un nuevo disco de Blur en 2015 con estos niveles de composición, arreglos, interpretación y producción? Pocos hubieran arriesgado su dinero en esta apuesta.

Mis favoritas del disco: Thought I was a spaceman, Ghost ship y Mirrorball.