Por: Oscar Adame @OscarAdame8

Recuerdo la primera vez que escuche a la melancólica banda que prometía ser una de las agrupaciones más importantes de su generación. “Ayla”, último sencillo de su tercer álbum de estudio Given To The Wild (2012) fue un tema que pegó duro dentro de mí; su letra totalmente romántica, los largos delays de guitarra y sobretodo el melancólico sonido de las teclas consiguieron que esa melodía se impregnara en mi subconsciente y cantara tanto esa como todo el disco que la contenía durante el resto del año.

Este mismo efecto lo tuvo en muchas más personas, pues la popularidad y el nivel de aclamación de la banda explotó, recordemos esa nominación al Mercury Prize. Ahora la banda que tiene como líder a Orlando Weeks regresa con un título pretencioso, Marks To Prove It, bajo el brazo y mucha expectativa de por medio.

Éste es un disco que mezcla las emociones de sus canciones de una forma completamente ambivalente y eso se deja ver a partir de sus primeros 10 minutos de duración, pues abre con un grandioso tema homónimo y hacen suponer que ha quedado atrás aquella etapa en la que el piano predominó en su música al igual que aquel sonido parecido al del post punk revival de principios de siglo. Mientras que la segunda canción de éste, “Kamakura” da una sensación completamente diferente, con una introducción que bien podría confundirse con alguna canción de The National, un tema triste que finaliza de una forma completamente hermosa.

“Ribbon Road” contiene una línea de teclado al fondo que recuerda a lo hecho en los pasados discos de estudio de la banda, pero el resto de los elementos que conforman a la pieza distan mucho de lo hecho en aquellos años, un tema que nos sobresale dentro de éste. Sigue “Spit Out”, que abre con un órgano y la pieza sube su intensidad junto con la entrada de un hermoso riff de guitarra, unos xilófonos, coros y batería, todos incrementando su ritmo constantemente, uno de los temas más emocionantes del título y que además hay que recalcar ha sido comparado hasta el hartazgo con el trabajo realizado por Arcade Fire en The Suburbs.

“Silence” nos deja ver que el plan que tuvieron los londinenses para seleccionar y organizar las canciones de su álbum fue simplemente un uno a uno entre canciones eufóricas y melancólicas melódccas, un tema que sobresale por los sintetizadores que sirven de base para el tema, el puente que contiene segmentos de una llamada telefónica y una letra sumamente personal.

A partir de “River Song”, que es una de las canciones que más peso han tenido en este lanzamiento, los instrumentos de viento empiezan a resultar indispensables para el álbum, aquií se presenta la pieza con una trompeta que explota cuando se unen coros, violines y unos tambores que imitan el ritmo de una marcha. En “Slow Sun”, un saxofón suena melancólicamente en su inicio, mientras que en “Something Like Hapiness”, se puede apreciar toda una sección dedicada a estos instrumentos, una canción que además brilla por lo dinámico que es pasando de puentes depresivos a coros festivos en cuestión de segundos.

El disco cierra con tres canciones que se diferencian del resto debido a lo monótonas pero lindas que resultan, tracks tiernos en constante crescendo que terminan de forma explosiva, “WW1 Portraits” es un tema sobresaliente por ello.

En general el disco muestra una nueva evolución de The Maccabees, que conservan parte de su melancolía y de la inseguridad de sus miembros en las letras, pero que agrega más elementos festivos y efusivos en la instrumentación. Un álbum dinámico que contiene temas que pueden ser igual o más representativos para la gente que “Ayla”, “Toothpaste Kisses”, “Pelican”, “Feel To Follow”, “Lego”, etc…. Es que ya son tantas, que puede asegurarse que la agrupación está a punto de convertirse en una banda generacional y éste álbum es una marca que lo prueba.

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