De una banda neopsicodélica no se esperan grandes sorpresas ni originalidad, en especial si la primera escucha de su álbum debut te remite de inmediato al Revolver de los Beatles, pero sin chiste.

En el caso de Temples, que se presentaron anoche en Sala, en la Roma, el panorama cambia al escucharlos en vivo: estamos ante músicos con un sonido muy bien amalgamado, una estupenda ejecución, un especial cuidado en la parte técnica y un nivel de profesionalismo destacable.

En una sala repleta de millennials entregados (con un aforo oficial de 1,500 personas, evidentemente rebasado), el recién inaugurado recinto presumía de un sonido nítido y una buena acústica. Las guitarras, con una mezcla de reverb y sonido sintetizado, recordaban a la psicodelia de la segunda mitad de los sesenta.

Para sus pocos años, se nota que James Bagshaw (voz y guitarra) y el resto de la banda tienen una técnica con un nivel muy alto, pues el ensamble entre ellos hace que el restultado sea bastante compacto. Fue una noche afortunada, en la que casi todo estaba en su lugar. El único inconveniente era la constante sospecha de que el aforo indicado del recinto fue lamentablemente pasado por alto, por lo que resultaba complicado lograr ver el escenario.

Convertirse en un escucha fiel de Temples tiene todo que ver con el arte de encontrarle méritos a la repetición. Porque, aunque parecería contradictorio, hay algo valioso en las bandas de revival que se las ingenian para construir un discurso propio.

¿Ustedes se lanzaron al concierto?