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Orgías

La dirección en una servilleta. Así es como llegamos a un departamento en esta colonia, donde más de 60 chavos se reúnen en secreto. Están ahí por invitación, para gozar del cuerpo de los otros y ser gozados. Es una fiesta sexual en la que se vale todo.

Por Óscar Balderas

Conocí a Valentina –no es su nombre real– justo cuando un desconocido le hacía sexo oral y su novio acariciaba sus mechones rubios. La reconocí por la mascada roja atada al cuello, que combinaba con las suelas de sus Louboutin que pisaban la falda y la ropa interior que había tirado al suelo.

Sólo la cubrían una blusa negra, sus joyas y ese pedazo de seda en el cuello que su novio –aficionado de la asfixia erótica– apretaba cada que el hombre misterioso la retorcía de placer. Valentina resultó tal cual se describió en Facebook: alta, blanca, delgada y con el pecho salpicado de pecas que le nacieron en un crucero por Cancún.

La empresaria de 32 años, directora de una de las mejores agencias de publicidad del Distrito Federal, vive bajo el principio time is money, así que me advirtió llegar puntual a nuestra cita si quería lo que me ofrecía. Tenía que buscarla esa noche a las 11 en el “Cuarto de Cristal”, una sala de paredes transparentes donde se puede participar o ver las orgías en La Casa de la Lujuria, un antro en la Verónica Anzures que sedescribe como “el primer lugar swinger de buen nivel en México”.

La encontré después de pagar la entrada, pasar por regaderas de canceles traslúcidos y “La Pecera”, una estructura de paredes agujereadas para tocar a ciegas a quienes están dentro. Estaba al borde de un colchón de plástico rojo, bajo una tenue luz amarilla, con un hombre arrodillado frente a ella, su pareja a un lado y otro observándola a distancia. Valentina no se levantó ni se detuvo para saludar, solamente guiñó el ojo con una coquetería experta, como diciendo “ahora voy contigo”.

[Escucha aquí, en nuestro podcast, cómo fue participar en la orgía]

Salió del “Cuarto de Cristal” 15 minutos después, con el cabello alborotado, la ropa puesta y el olor de su perfume intacto. «Perdón, love, es que me entretuve… pero ya dejé a mi novio con el otro chico mientras tú y yo hablamos. Mucho gusto». Lo dijo con la misma naturalidad con la que pidió un whisky en las rocas y contó que sus visitas a este antro son como sus salidas al cine. «Me aburro en casa, love, ¿qué se supone que haga? ¿Ver televisión?».

Acabó con su trago y fue al grano. «Me dijeron que quieres ir a una de mis fiestas. Te voy a invitar para que las veas, te vas a enamorar de nosotros». Sonriendo, pidió una servilleta y pluma al mesero. Con una caligrafía preciosa, escribió una dirección, fecha, hora y costo aproximado de la noche. Me la entregó y se despidió con un beso en la comisura de los labios. «Ya sabes… no shame».

Valentina se dio la vuelta. Enfatizó su taconeo, como para que su novio y el desconocido notaran que la noche todavía no acababa para los tres.

¿Te quedaste picado(a)? Para leer el reportaje completo, búscalo en la revista Chilango de agosto.

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