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¿Qué tanto sabes de este personaje?

Miguel Ángel de Quevedo: el chilango de los árboles

07 de abril de 2016
Por    Carlos Tomasini

Seguro te has dado cuenta que el símbolo de la estación Miguel Ángel de Quevedo es un árbol, pues bueno, eso se debe a que fue precisamente ese personaje, ingeniero de profesión, el que impulsó que se crearan diversas áreas verdes dentro y fuera de la Ciudad de México, las cuales, como el Desierto de los Leones, todavía existen.

En pleno siglo 19, Miguel Ángel de Quevedo era un ecologista que luchaba por conservar la naturaleza que rodeaba a la Ciudad de México, previendo que la devastación forestal podía provocar daños al medio ambiente y a la salud de los habitantes. Digamos que él predijo cosas que hoy se miden en puntos Imeca, como las “partículas suspendidas”.

Además, por si no lo sabes, los Viveros de Coyoacán no se crearon como una pista para runners, sino que en verdad son unos viveros de donde salen gran cantidad de las plantas y árboles que conforman las áreas verdes de la ciudad y diferentes puntos del país. Pues ese lugar también es obra de Miguel Ángel de Quevedo.

Debido a su legado, algunos lo conocen como “el Apóstol del Árbol”, e inclusive muchos árboles que hoy puedes apreciar en la Ciudad de México, especialmente en la zona sur, fueron sembrados por instrucciones directas de él, como muchas de las jacarandas que pintan de morado a Coyoacán o San Ángel a inicios de la primavera.

Aquí van algunos hechos relevantes de su vida, para que cuando escuches su nombre no sólo pienses en librerías, trolebuses y un nuevo centro comercial. 

  • Corredores en los Viveros (foto: Cuartoscuro)
  • Inspirado en Francia

    Como sucede con muchos genios mexicanos, su inspiración nació en el extranjero. Miguel Ángel de Quevedo nació en Guadalajara en 1859, y desde muy chavo se fue a Francia, donde vivía en la región de los Pirineos (una cordillera que se localiza entre España, Andorra y Francia), por lo que siempre estuvo en contacto con el bosque y las montañas.

    Allá, por recomendación de su abuela, que decía que México necesitaba ingenieros (sí, a finales del siglo 19), abandonó su gusto por la astronomía y la meteorología para estudiar Ingeniería Civil en la Universidad de Burdeos, especializándose en Ingeniería Hidráulica en la Escuela Politécnica de París.

    Predijo problemas ambientales de la CDMX

    En 1887, en pleno Profiriato, regresó a México para participar en diversas obras de la capital, como la construcción del desagüe del Valle de México (el “Gran Canal”), donde se encargó de advertir que la desecación de los lagos que rodeaban a la ciudad, como el de Texcoco, podían acabar con la biodiversidad de la zona, así como afectar la salud de los habitantes. Es decir, predijo los efectos dañinos que producirían contaminantes como los que hoy se conocen como “partículas suspendidas”. 

    También advirtió que el crecimiento de la Ciudad de México, aunado a la aniquilación de sus ríos y lagos, la harían propensa a inundaciones, un problema que todavía padece la capital, pero que durante la primera mitad del siglo 20 afectó gravemente a zonas como el Centro Histórico. 

  • La estación Miguel Ángel de Quevedo (Foto: Cuartoscuro)
  • Constructor de parques y activista ecológico

    Ya de regreso a la Ciudad de México, convertido en un experto en temas forestales, fue todo un activista que impulsó la creación de leyes modernas en temas como la conservación de bosques, ríos y lagos para evitar impactos negativos al ambiente y a la salud pública.

    En sus días, la Ciudad de México padecía unas espectaculares tolvaneras provocadas por el polvo que el viento levantaba en las zonas que antes eran parte del gran lago y que empezaban a secarse (de hecho, la ciudad las siguió padeciendo, aunque un poco más leves, hasta finales de los 70), por lo que se encargó de sembrar árboles en diversas zonas de las afueras de la ciudad para ayudar a mitigarlas, además de reforestar algunos cerros.

    Como todo en el Porfiriato, que ya vivía sus últimos días, las modas venían de París, y una que llegó decía que las grandes ciudades debían tener, por lo menos, 15 por ciento de zonas arboladas, por lo que Miguel Ángel de Quevedo consiguió la colaboración de importantes personajes, como Frederick Law Olmsted, quien diseñó el Central Park de Nueva York, para asesorarse en sus acciones que llevaron a que en la Ciudad de México se construyeran 34 parques, cuando sólo tenía dos, lo que representaba un 16 por ciento de áreas verdes.

    El Desierto de los Leones y los Viveros de Coyoacán

    También en esa chamba consiguió la donación de unos terrenos en Coyoacán, que pertenecían a un rancho llamado “Panzacola”, con el fin de crear un gran vivero. Tras padecer constantes recortes presupuestales y desinterés de las autoridades que debían darle el dinero para sus proyectos ecológicos (como que eso suena conocido, ¿no?), logró que el mismísimo Porfirio Díaz le ayudara a crear el primer gran vivero de México sostenido por el Gobierno, lugar que hoy se conoce como “los Viveros de Coyoacán” (de hecho, actualmente, en una de las entradas hay un busto de Miguel Ángel de Quevedo rememorando su obra). 

  • Una anciana alimenta a los animales de los Viveros (Cuartoscuro)
  • Don Porfirio decretó que se prohibiera la venta de los terrenos boscosos que se encontraban alrededor de la Ciudad de México, lo que años después ayudó a la creación de importantes lugares y parques nacionales, como el Desierto de los Leones, que hoy son los pulmones que ayudan a que los chilangos no estén tan contaminados como podrían estarlo.

    La ecología en la Constitución de 1917

    Con Victoriano Huerta no se llevaba tan bien, ya que a este “dictador” le importaban un pepino los temas ecológicos y de conservación y, como veía con malos ojos su labor, lo desterró a Francia.

    Cuando cayó Huerta, regresó a México y convenció a los constituyentes de 1917 que en el artículo 27 se incluyera la leyenda: “La Nación siempre tendrá el derecho de imponer sobre la propiedad privada las reglas que dicte el interés público, y de reglamentar el uso de los elementos naturales, susceptibles de apropiación, de modo de distribuir equitativamente la riqueza pública y salvaguardar su conservación”.

    En los años siguientes, siguió con su activismo para que, en 1926, consiguiera que el Presidente Plutarco Elías Calles promulgara una ley forestal en México, de la cual todavía está basada la ley actual.

    Miguel Ángel de Quevedo murió el 15 de julio de 1946.

    Así que, de ahora en adelante, cada que veas uno gran árbol en la Ciudad de México, piensa que quizá fue sembrado gracias a Miguel Ángel de Quevedo… y cuando veas los índices de contaminación, sabrás que, gracias a él, no estamos tan mal como podríamos estar.

    ¿Qué más sabes del “Apóstol del Árbol”?

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