Virtudes y retos de la Liga Femenil MX

La Liga Femenil MX de futbol profesional es una realidad desde julio. Ahora, decenas de mujeres se empeñan en poner la camiseta en alto en las mismas canchas donde antes sólo corrían hombres.

Fue un escándalo. Ocurrió el 23 de marzo de 1895: dos equipos recién conformados disputaron el primer partido de futbol de la historia entre mujeres, en el estadio londinense Crouch End Athletic. Las del norte contra las del sur. Al día siguiente, una nota de The Guardian calculó 10 mil espectadores: «No hay nada desagradable en que una mujer golpee un balón», se leía en el texto.

No había nada desagradable, era cierto, pero el partido se convirtió en un escándalo por razones ajenas a la práctica de un deporte. El tema de conversación durante los días siguientes se centraría en el uniforme de las jugadoras: blusones, gorras y pantalones ceñidos bajo la rodilla que apenas dejaban ver sus cuellos, brazos y pantorrillas. Suficiente piel para recibir un aluvión de críticas. ¿Era correcto que las mujeres jugaran a lo mismo que los hombres?, ¿que se vistieran igual para jugar?

Un siglo y 22 años han pasado desde entonces. En México, el antecedente de la Liga Femenil MX todavía es un asunto de barrio, de niñas que juegan con sus hermanos mayores, de equipos de colonia en los que por cada ocho hombres hay una mujer, de pequeñas ligas amateur y torneos organizados en escuelas y deportivos.

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El sueño de ser jugadora profesional resulta frágil, desdibujado. Al contrario de cualquier niño, todavía suena absurdo que una mujer piense en dedicarse al futbol como profesión. Al menos esa era la percepción hasta diciembre de 2016, cuando los dueños de 16 equipos votaron en una asamblea a favor de crear la primera liga profesional para mujeres. Sólo Puebla, por falta de recursos, y Lobos BUAP, porque era el equipo recién ascendido, decidieron no inscribir equipo.

La idea de un torneo de mujeres surgió en 1999, cuando la Selección Femenil participó por primera vez en una Copa del Mundo. El 26 de julio de 2017 el primer silbatazo de la Liga Femenil MX sonó en un estadio.

Entrenadora de Primera División en la Liga Femenil MX

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Foto: Lulú Urdapilleta

La portera despeja, el balón llega a media cancha. Dos jugadoras triangulan. Pase, pase, cabezazo. El balón se detiene. Nancy Zaragoza levanta la mirada y lo patea en diagonal; al fondo, Diana Gómez no ha detenido su carrera. Ellas forman parte de la avanzada puma.

Las zancadas se acortan al mismo tiempo que las entrenadoras de Pumas y Xolos gritan indicaciones. Gómez mide el espacio mientras el balón desciende y luego da un paso antes de rematar y cae al pasto. La defensa de Tijuana se barrió con energía, le ganó la espalda y la tumbó sin intención. Nadie se queja de algún golpe, el árbitro deja que la jugada continúe y Diana se incorpora: «Esa es una característica del futbol femenil: somos más apasionadas, las chicas tienen más garra, entregan todo.

Les pegan, sí. Les duele, sí, lo mismo que a un hombre, pero ellas traen el chip de que vienen a jugar, entonces se paran y siguen», dice Ileana Dávila, entrenadora de las Pumas, quien ha sido testigo del crecimiento del futbol femenil en la ciudad.

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Siempre sintió amor por el deporte. Practicó basquetbol, salto de longitud y lanzamiento de bala; el futbol era un pendiente en su vida. Hasta que un día leyó en el periódico que la Escuela Nacional de Directores Técnicos (Endit) realizaría exámenes para cursar la carrera de dirección. Ileana se presentó, aprobó el examen de admisión y años después obtuvo el título profesional.

«De ahí pasé a trabajar en un campamento de verano: encabecé equipos de secundarias y universidades, dirigí otro de hombres de 25 a 40 años y uno más de niños de 7. Vine a buscar trabajo en Pumas antes que se hiciera la Liga Femenil MX y quedé a cargo de chicos de 13 años. Brincar hasta donde estoy ahora, imagínate, ni yo me lo esperaba», dice.

Más de una vez escuchó: «¿Y tú qué haces aquí? Esto no es para ti». Durante décadas, la dirección técnica también fue un asunto exclusivo de hombres. Demostrar que las mujeres no sólo juegan futbol, sino que lo entienden y tienen la autoridad para enseñar cómo se practica, le costó años. Hoy, Ileana es una de las cuatro mujeres que dirigen equipos femeniles en la recién estrenada Liga Femenil MX.

Del Barrio al Estadio Azteca

En 1971 los estadios Jalisco y Azteca fueron sedes del segundo Campeonato Mundial de Futbol Femenil. La Selección Nacional de México logró el segundo lugar, tras perder frente a Dinamarca. Un año antes, el mismo torneo, comprendido por dos grupos y seis equipos, se realizó en Italia y las del Tri quedaron terceras.

Ninguno de los dos torneos obra en registros oficiales, pues la FIFA no formó parte de la organización. Además del trofeo, el premio era la escultura de una diosa alada, a la cual llamaban «copa rímel», en alusión a los ojos bien delineados de las jugadoras. Tuvieron que pasar dos décadas más para que la máxima institución del futbol organizara el primer torneo internacional.

Aquella primera Copa del Mundo femenil se disputó en China, en 1991. Dayana Cázares y Alexia Fernanda Delgado no habían nacido, pero hoy en día son un referente para las selecciones nacionales femeniles. Ambas juegan en el Club América y, al igual que las otras 401 jugadoras registradas, viven sorprendidas por lo que ha implicado la nueva liga.

A sus 17 años, Dayana es ya una estrella. Descubrió el balón a los 4 y pasó su niñez echando retas en parques, con equipos de barrio al lado de sus dos hermanos mayores. Su habilidad la llevó a la Selección Mexicana Sub 15 y a los 14 años recibió la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de la Juventud en China.

Cuando se formó la Liga Femenil MX, Dayana asistió a una de las visorías —donde los cazatalentos evalúan las habilidades de los jóvenes—. «Leonardo Cuéllar (exentrenador de la Selección) ya me conocía y me invitó. Yo siempre le he ido al América, así que, imagínate, fue la mejor oportunidad. Todo se ha ido dando y Dios dirá en dónde me pondrá después», dice.

Su compañera, Alexia Delgado, también representó al país. Tiene 17, es originaria de Tepic, Nayarit, y para cumplir el sueño de ser futbolista, tuvo que irse de casa a los 13. Se mudó a Guadalajara para ingresar a un centro de formación ligado al representativo nacional.

Americanista hasta la médula, el llamado de Leo Cuéllar fue suficiente para traerla a CDMX e inaugurar la primera liga profesional. «Mi familia vino a apoyarme el primer partido. Verlos y al mismo tiempo pisar una cancha con el equipo de mis sueños fue una emoción gigante. Es una experiencia que jamás voy a olvidar», dice.

Para Daniela García, contención de las Pumas, el camino ha requerido un gran esfuerzo. Las puertas no se abrían hasta que acudió a la visoría del club, a sus 25 años, como un último esfuerzo para hallar espacio en el balompié nacional. «Lo veía muy complicado por mi edad, pero lo intenté y el que me hayan dado esta oportunidad me hace sentir mucho honor, orgullo, compromiso y responsabilidad por esta institución», dice.

Para la niña que jugaba con los niños de su colonia y asistía a partidos de futbol con su mamá, la Liga Femenil MX es una oportunidad para las generaciones que vienen. «Es una muestra de que hay que estar preparado para cuando llegue el momento. Hay que entrenar más y ser mejor para poder aprovechar los apoyos que se están abriendo», recomienda.

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Marcar «como mujer» ?

«Mejor vete a lavar los trastes», «Marca bien, no como mujer». Estos insultos y otros similares ha recibido Lixy Enríquez, una de las árbitros mexicanas más destacadas. Ella fue reconocida por la FIFA hace 14 años e incluso ha pitado en Copas del Mundo.

«La afición es la más canija», cuenta. En su experiencia, jugadores y personal de los clubes son respetuosos; el rechazo casi siempre proviene de las gradas. En teoría, la misión del público, además de divertirse, es alentar a los jugadores cuando juegan bien. «Pero a los árbitros nos culpan cuando van mal; debo entenderlo entonces como un espectáculo para no caer».

Saber más, estudiar más, entrenar más. Lixy ha tenido que demostrar que su género no importa al momento de arbitrar. Cada día corre entre 5 y 10 kilómetros, va al gimnasio, hace técnica arbitral, participa en revisiones de partidos, repasa las reglas días antes de cada encuentro y en las noches vuelve a correr, hace spinning y acude a clases de zumba para mantener el ritmo.

«En este, como en muchos trabajos, es complicado destacar como mujer. Necesitas más disciplina. Sin duda implica una labor extra, esforzarte más o no te voltean a ver, no se dan cuenta de tu profesionalismo, pero, una vez que estás dentro tienes que demostrar que las mujeres también trabajamos fuerte, que hacemos las cosas bien en lo que nos pongan».

Hasta el cierre de esta edición, Lixy Enríquez había pitado tres partidos en 11 jornadas de la Liga Femenil MX. En su experiencia, este nuevo torneo tiene una magia particular por el entusiasmo de las jugadoras. «Son chicas con buena técnica, tienen fallas que la experiencia les ayudará a mejorar —confiesa—. Pero cuando las ves te das cuenta de que tienen ganas, que quieren crecer, que quieren más tiempo en el campo y no lo desperdician. Dan ganas de pitar ese tipo de juegos, aunque exijan mucho esfuerzo por la energía que traen las chicas».

En la jornada 7, el partido entre León y Guadalajara celebrado en el Nou Camp logró reunir a 25 mil aficionados. Es el que más convocatoria ha logrado, aunque hay otros encuentros que no llegan a los mil. En CDMX, los juegos de las Pumas son en La Cantera; los del Cruz Azul, en el estadio Azul o La Noria, y los del América, en el Estadio Azteca o en las canchas del Nido Águila en Coapa. Todos los cotejos están abiertos al público en general y las entradas cuestan entre $25 y $80.

Vivir del futbol

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Foto: Lulú Urdapilleta

André-Pierre Gignac es el jugador mejor pagado de la Liga MX. El francés que juega en Tigres se echa a la bolsa cada año más de $156 millones. Hasta antes de emigrar al futbol holandés, Hirving Lozano, de Pachuca, ganaba $145 millones anuales. En contraparte, las mujeres futbolistas tienen los sueldos de cualquier oficinista. Según informó Récord en julio pasado, las chicas ganan entre $5 mil y $30 mil mensuales; esto quiere decir que las mejor pagadas obtienen apenas $360 mil al año, 500 veces menos que Gignac. Otras son compensadas por sus clubes con escuela, alojamiento, transporte y alimentos.

Por ello, además de ser futbolistas profesionales, las jugadoras estudian carreras universitarias. Saben que, incluso con el nuevo panorama, aspirar a vivir del futbol es imposible.

Dayana Cázares, jugadora del América, estudia la prepa con la meta de acabar la licenciatura en Fisioterapia y otra en Dirección Técnica. Alexia Delgado, también azulcrema, quiere estudiar Psicología del Deporte, para tener una profesión alterna y seguir ligada a su pasión.

Mantenerse como microempresaria es el ideal de Kenia Caballero, defensa de las Pumas. Mientras que otra felina, Daniela García, está convencida que haber terminado la carrera de Contabilidad le va a dar más oportunidades de salir adelante.

«POR EL MOMENTO NO PODEMOS DECIR QUE VIVIMOS DEL FUTBOL —SOSTIENE DANIELA—. ESTAMOS EN UNA LIGA RECIENTE QUE ESTÁ EN PROCESO DE CONSEGUIR APOYOS. CREO QUE LAS JUGADORAS SOMOS CONSCIENTES DE QUE EL DEPORTE NO ES DE POR VIDA Y QUE TENEMOS QUE ESTAR PREPARADAS PARA LO QUE VENGA».