«Aquí todo ven», dice uno de los trabajadores que laboran dentro del Hospital General de Zona 1A Venados, uno de los hospitales dañados por el sismo. Su rostro se llena de inquietud, no deja de voltear a su alrededor mientras habla. La compañera a su lado cumple una función casi de vigilante: «Nos tienen amenazados si decimos algo. Tenemos prohibido hablar o mandar fotos. Estamos asustadas».

Pero el miedo más grande no son represalias. Desde el 19 de septiembre, el personal de esta institución teme que colapse su lugar de trabajo. Cuidando cada paso y asegurándose de que no nos sigan, las trabajadoras del hospital me muestran el interior de algunos consultorios en el primero, segundo y tercer piso: las paredes tienen grietas diagonales, hay polvo en el piso y en algunos muros ya no hay recubrimiento, solo se ven los ladrillos debajo del yeso. El recorrido no es largo. Están aterrados, pero quieren demostrar que sus preocupaciones no son exageradas.

El hospital Venados está al sur de la ciudad —entre Vértiz y División del Norte— y fue inaugurado el 1 de septiembre de 1973. El edificio sobrevivió al 85, pero algunos de sus trabajadores no están seguros de que se puede decir lo mismo del sismo del 19 de septiembre de 2017, cuando los movimientos del edificio se sintieron tan fuertes, que se evacuó a los pacientes; algunos quedaron en el estacionamiento y otros más, en las aceras.

No hay que entrar a los consultorios para apreciar qué pasó en los hospitales dañados por el sismo. A simple vista, en el área de urgencias —ubicada el primer piso— hay losetas desprendidas en el piso, paredes descarapeladas y grietas. Los elevadores no funcionan y algunos derechohabientes piden en el mostrador que apresuren su trámite: no quieren estar ahí, también están inquietos.

Uno de los miedos más grandes son los cuneros, están en el cuarto piso. «Dios no lo quiera pero, si llega a suceder algo, ¿cómo los bajas?». La pregunta es difícil de contestar. «Las escaleras de emergencia son de aluminio, el día del sismo temblaban como si estuvieras pisando gelatina. Caminar sobre ellas… yo creo que una cierta cantidad de personas no lo aguantaría. (Además,) ahí están los niños prematuros. A ellos no puedes tomarlos en brazos y bajarlos, porque están conectados a un aparato o están dentro de una cuna radiante. Si lo haces, en el camino se te van».

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Foto: Mariana Limón

La versión del IMSS es contundente: el hospital está bien. El edificio ni siquiera aparece en el censo de infraestructura, publicado el 26 de septiembre.

En entrevista para Chilango, Patricio Caso, director de administración del Instituto, dijo: «El Hospital Venados nunca dejó de operar, lo que tuvo es dos pisos cerrados. Te explico por qué: se habían dañado los elevadores y no podíamos trasladar pacientes. Ya los arreglamos. El edificio está perfecto y es total y absolutamente perfecto para trabajar». Sobre la intimidaciones, dice que no tiene registro de ningún caso, que el Instituto está trabajando de la mano con el sindicato y que si alguien denunciara alguna de estas prácticas, las atendería personalmente, con mucho gusto.

El artículo 343-D de la Ley Federal del Trabajo  dice que «los trabajadores podrán negarse a prestar sus servicios, siempre y cuando (…) (se) identifiquen situaciones de riesgo inminente que puedan poner en peligro su vida, integridad física o salud o las de sus compañeros de trabajo».

En los pisos del hospital, la realidad es otra. Se sienten desprotegidos, casi asfixiados ante la posibilidad de quedar atrapados si hay otro sismo o una réplica fuerte. Muchos dudan de los documentos que acreditan al edificio como un sitio seguro para trabajar. Sienten que las autoridades están ocultando algo, que les mienten.

«Lo que te puedo decir es que las autoridades nos están dando atole con el dedo», me asegura otra trabajadora. «A nosotros no nos dejan ni hablar ni ver más allá de lo que nos interesa, por nuestra vida y por la vida de los pacientes. Hemos trabajado diario desde el temblor: todos los días, mañana, tarde y noche. Como trabajadores empezamos a preguntarnos cómo nos hicieron trabajar en un hospital que está dañado. Las autoridades solo nos dicen que no hay ningún problema».

«Nos dicen que sí podemos subir, pero ellos –los directivos– no suben. De hecho, desde el sismo para acá, nuestro jefe no anda casi allá arriba. Va, hace algo y se regresa. ¿Por qué si ellos temen nosotros no?», hace una pausa y ella misma se contesta. «Nosotros nos manejamos por número y para ellos es fácil decir ‘esta persona con tal número nos está dando problemas’. Te inventan cualquier cosa. Hasta ahora, nos han manejado todo así: ‘pues no querrán perder su trabajo por espantar a la gente, por difamar, por decir cosas que no son’».

A pesar del peligro, te quedas con los pacientes ¿no?

Es martes y son las 4:00 de la tarde, el sismo acaba de cumplir una semana. Ahora estamos en el otro extremo de la ciudad, al norte. Comienza a llover y Yolanda, de 74 años, busca resguardo al lado de más de 20 personas frente a una de las puertas del Hospital La Raza. Adentro, el personal de seguridad hace una fila con las credenciales de elector de cada uno de los visitantes que ingresan. La instrucción es clara: fuera del horario establecido nadie entra, a menos que sea estrictamente necesario. A la prensa se le impide el paso con múltiples excusas.

«Claro que no te van a dejar pasar, no son tontos», me asegura Yolanda. Uno de sus hijos está internado en el hospital; en uno de los días posteriores al sismo vio grietas, polvo y piedras en las instalaciones. Teme que ya estén arreglando todo, de manera superficial. Sobre el techo del cuarto de su hijo hubo daños que le parecieron graves.

El Centro Médico Nacional La Raza es uno de los más viejos de CDMX: se inauguró el 12 de octubre de 1952, pero entró en funciones de forma oficial el 10 de febrero de 1954. Está ubicado sobre el Eje 1 Poniente.

En 1985, en la ciudad  «colapsaron 11 hospitales en 3 minutos, con lo que se perdieron 5 mil 625 camas, el 30 por ciento de la capacidad instalada entonces», según el arquitecto Salvador Duarte. Esta tragedia fue uno de los motivos que convirtió a La Raza en uno de los hospitales más importantes de la ciudad. «Después de los sismos (La Raza) tuvo que transformarse y dar cabida a gran parte del cuerpo medico proveniente del Centro Medico Nacional Siglo XXI  (uno de los hospitales de la colonia Doctores que colapsó en aquel año)».

Al igual que en el Hospital Venados, los trabajadores de La Raza temen por su integridad y desconfían de los documentos que acreditan que el inmueble es seguro: «Se supone que a partir del jueves que se daban los resultados del DRO (Director Responsable de Obra). El edificio tiene diez pisos y creo que ya empezaron a remodelar del sexto hasta el noveno», me explica una doctora quien, por razones obvias, prefiere no dar su nombre. Ha trabajado cerca de nueve años en el hospital.

Su preocupación más grande, además de su seguridad personal, son los pacientes, en especial aquellos que se encuentran en una situación altamente vulnerable: «Los neonatos, los que están en incubadoras, a ellos no se les movió por su gravedad. Están en el octavo piso. De hecho, todo lo que había a un lado de esa área quedó totalmente destruido, pero ya lo están remodelando, pegando cosas, acomodando plafones».

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Foto: Especial

El día del sismo, cuenta, estaba en medio de una cirugía y debido a los movimientos se les cayó un pedazo de plafón sobre la mesa quirúrgica, en conjunto con vitrinas de tres o cuatro pisos que estaban llenas de instrumentos médicos. Con nerviosismo, ella y su equipo tuvieron que esterilizar el área, cubrir la herida, cerrar al paciente y bajar.

«Nadie dice ‘médicos y enfermeras se tienen que quedar aquí’. Es más bien tu ética. Te quedas con los pacientes ¿no?», explica. «Yo abogo por los quirófanos. A los cirujanos por ejemplo no los toman en cuenta cuando hay simulacros. Tampoco escuchamos cuando suena la alarma sísmica. (Ese día), inmediatamente cuando terminó el temblor subimos a revisar de nuevo al paciente, que no estuviera sangrando. Yo me quedé ahí hasta entregarlo a terapia».

La exigencia del personal de La Raza es que se transparente el proceso de información y que se permita una segunda opinión, más allá del acta que asegura que no hay daños estructurales.

«El viernes pasado (22 de septiembre) vinieron unos ingenieros y arquitectos por parte de la UNAM para poder corroborar lo que decían», me cuenta. «Queríamos una segunda opinión y no los dejaron pasar. Les dijeron que estaban invadiendo propiedad privada y nada más era responsabilidad de los delegados ver eso, de los directivos, del director del IMSS y del Dr. que está encargado aquí de La Raza».

El IMSS defiende que no hay daños estructurales y que todos los peritajes y dictámenes han sido realizados por Responsables de Obras, terceros acreditados  ante el Gobierno de la CDMX.

«El Hospital La Raza, como se lo hemos dicho a los trabajadores, es un inmueble seguro», asegura Caso. «Estamos haciendo las correcciones necesarias de lo que pudiera haber resultado afectado. Reitero: son cosas que no tienen nada que ver con daño estructural, no representan ningún riesgo. Se van ir abriendo esas áreas de los inmuebles que están dañadas para regresar a la normalidad cuanto antes».

A pesar de los documentos que aseguran que el personal no se corre ningún riesgo. Las dudas abundan y también los rumores.

«Queremos saber qué es lo que está pasando», aseguran doctores, trabajadores y pacientes. «Yo conozco a mucha gente y por ellos me he enterado que hay médicos de base (a quienes) les ha dicho su jefe directo que mientras menos estén en el hospital, mucho mejor».