Si vas entre semana no hay nada novedoso. Un mesero que tiene todos los años del mundo te trae tus tragos, te los va apuntando en una listita (que deja en tu mesa para evitar las desconfianzas) y se vuelve a sentar. La tele está prendida, el soundtrack proviene de la rockola y tiene hasta hora feliz de 17-20 horas.Todo tranquilo.

¡Ah!, pero el viernes y sábado en la noche cambia! Cruzas la puerta y es muy impresionante encontrar un muro de testosterona que mueven ocasionalmente el ritmo y los ventiladores tipo Acapulco. La mayor parte de los que asisten son hombres, pero no se niega el paso a las mujeres. La concurrencia es de 20 a 35 años y adultos juveniles con varios conatos de vejez.

La pared crema con su luz fluorescente convive con un estrobo y con una bola disco. Hasta en la música hay promiscuidad y es posible encontrar chavos con bigote y sombrero cantando de su ronco pecho canciones de Cher. Pero no importa que tan atareados estén los que atienden la barra, aquí se dan el tiempo para ponerle una servilleta en forma de abanico en la boca de tu botella de cerveza para que la limpies. Eso es clase.