Nada, eres un valiente
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Tú conoces perfectamente bien la diferencia entre ser niño y adulto. Asumes responsabilidades, proteges a quienes te importan y no le sacas a los nuevos retos. De hecho... te pudre la gente que se sigue comportando como hijitos de papi, a quienes hay que resolverles todo y no mueven un dedo para ayudar a alguien más.
Lo fuiste, pero ya no más
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Algo te cambió. Tú lo sabes. En algún tiempo, te dejabas apapachar y mimar por todos. Te valían las responsabilidades y siempre le endilgabas a alguien más tus problemas. Ahora no. Sabes que eso sólo atrae problemas a quienes te rodean y que además... es una actitud bastante gandalla.
Sólo cuando te conviene
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Cuando hay que pretender ser una persona madura y responsable, lo haces. Pero a veces te haces pato y no cumples con tus obligaciones. Quizá eso de ser eternamente un niño, no te late. Digamos que te laten las ventajas de ser un adulto, pero si se trata de evadir responsabilidades en ciertos momentos, con gusto lo haces.
Peter Pan, el mismo que viste y calza
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Ah, caray. Eso de la madurez afectiva no es tu mero mole. Te resistes ante cualquier responsabilidad y eso de compartir tu vida con alguien, no está entre tus planes. Como sabes que no existe la fuente de la juventud eterna, te clavaste en la etapa pueril y lo peor: hay quienes caen en tus redes.