Ver a tantos chavitos por la calle disfrutando del Día del Niño, felices y sonrientes porque les tocó ir de “ropa de calle” y porque mañana no van a la escuela, inevitablemente te pone a recordar cuando también eras como ellos: un chamaco chilango creciendo en la gigantesca Ciudad de México.

Sin embargo, hay que decir que, aunque en esencia fuimos lo mismo que ellos, la cosa desde entonces (por ahí de los 80s-90s) ha cambiado. Y ha cambiado bastante.

Hoy, por ejemplo, esos niños no ven la misma tele que nos tocó a nosotros (raios, ¿siquiera ven tele todavía?), tampoco escuchan la misma música, ni siquiera comen lo mismo que nosotros y mucho menos van a los mismos lugares que nosotros en aquellos hermosos años.

Los tiempos, sí, han cambiado muchísimo y hemos perdido muchas de las que apenas nos quedan los recuerdos. Pero ¡qué recuerdos!

Antes de pasar a otra cosa, de una vez aclaramos que no nos interesa determinar cuál de las infancias rifó más que la otra ni nada por el estilo, ya que sabemos que ambas fueron diferentes y mientras los niños sigan sonriendo, todo está bien. Solo que, a la luz de la nostalgia, queremos hacer un ejercicio de memoria recordando todos aquellos lugares y experiencias que nos dieron infancia a una generación de chilangos.

Ir al cine era casi una obligación el Día del Niño, aunque la experiencia era bien diferente a ahora. Había apenas un puñado de complejos desperdigados por la ciudad (lo que hacía esta experiencia más entrañable).

Por mencionar algunos estaban: el Cine Manacar, el Cine Hipódromo, el de Insurgentes, el Ecocinema de Mixcoac, el Cine Teresa, el Linterna Mágica en San Jerónimo, entre otros pocos. Cada uno contaba con apenas un par de salas, ya que no existía el concepto de multisalas; eso sí, aunque había pocas, eran enormes.

En estos lugares le tocó a toda una generación ver y asombrarse con los dinosaurios de Jurassic Park, las peleas interestelares de la Guerra de las Galaxias (sus versiones remasterizadas que se reestrenaron en los 90), las estampidas Jumanji y ver a todas nuestras mamás llorando con el final de Titanic.

Y estas experiencias nos duraban muchísimo: nos servían de tema de conversación y con nuestros amigos y primos las discutíamos durante semanas, apoyados únicamente en nuestra memoria pues obviamente no había posibilidad de reproducir escenas a placer en un teléfono móvil.

Tampoco existía la maquinaria de mercadotecnica que ahora hay y lo que teníamos en lugar de eso eran puestos ambulantes afuera del cine, donde se vendía fayuca de la película que acababas de ver (muy parecido a lo que sucede hoy día con los conciertos).

Otros sitios que hacían las delicias de nuestros Día del Niño eran los lugares de comida. Recordemos que hubo un tiempo en que las franquicias de comida rápida del payaso y del rey no existían en el panorama y eran otros nombres los que dominaban esa parte.

Por ejemplo, Burger Boy y su menú de unifantes, brontodobles y dinotriples, era el paraíso para visita; para muchos, era una suculenta recompensa por buena conducta o por haber mejorado las calificaciones en la escuela.

Es más, Burger Boy era tan aclamado que hasta –la entonces incipiente– Salma Hayek hizo este comercial de la marca:

Otro de los lugares top para los chamacos de entonces, era el Showbiz Pizza. En este sitio, que se promocionaba “Showbiz pizza ¡un lugar para ser feliz!” y sí, la pizza nos hacía muy feliz, pero más feliz nos hacía su playground, así como sus arcades, simuladores, alberca de pelotas, mesas de air hockey y hasta un elenco de animales “tocando” música en un escenario.

Curiosamente, hoy en día el videojuego de terror Five Nights at Freddy’s hace una escalofriante parodia de este tipo de restaurantes.

Aunque ahorita el agua es un tema no del todo grato para la población capitalina, antes manteníamos una relación mucho más cordial y lúdica con ella.

Lo que es más: en plena Ciudad de México los capitalinos tuvimos nuestro propio parque acuático, La Ola (que eventualmente cambió a El Rollo) en dónde irnos a remojar y asolear, entre toboganes y piscinas en la 3era sección del Bosque de Chapultepec.

Este parque nos ahorraba la ida a los balnearios de Morelos y el Edomex y nos ofrecía las mismas ventajas en nuestra misma ciudad.

Además, a unos metros del parque estaba Atlantis, un parque marino, donde muchos de nosotros contemplamos por primera vez (y quizá única) animales como delfines, focas y lobos marinos, además de tener el chance de aprender algo más sobre especies que habitan el océano.

Hoy, ambos lugares, tanto el parque marino y acuático, están cerrados al público y han quedado absolutamente abandonados, plagados de graffiti y cayéndose progresivamente a pedazos.

Por último y no menos importante, quizá el único de todos los anteriores que aún podemos frecuentar actualmente: la pre-evolución de Six Flags, Reino Aventura. Este fue, junto con Divertido (rumbo a Satélite) y La Feria de Chapultepec, el lugar ideal para celebrar cumpleaños, días del niño y vacaciones.

Aunque los otros dos parques colega eran medianamente importantes (La Feria de Chapultepec tuvo un revival muy fuerte en los noventa), Reino Aventura siempre ha sido el monarca de su gremio.

Y es que ellos, por ejemplo, tenían a una mascota, el dragón Cornelio, que adornaba toda la merch que vendían; además de mejores montañas rusas, más juegos de destreza y hasta un espectáculo acuático con orcas y delfines (fue la casa de la ballena Keiko).

Reino Aventura duró hasta el año 2000, cuando fue absorbida por la empresa Six Flags y definitivamente se hizo con la corona del mejor parque de diversiones de la ciudad.

En fin, tras esta vuelta por el paseo de la memoria, no nos queda más que aferrarnos al recuerdo de esa infancia y sonreír, ya que, aunque ahorita nos queda muy poco de ella, sabemos que supimos disfrutarla.