ILUSTRACIÓN: JOSÉ CARLOS MARÍN

5 de abril 2019
Por: Cynthia Peralta Álvarez

“¿Para qué abren las piernas?”: el estigma que persigue a mujeres que abortan

El estigma del aborto, las condiciones económicas, violencia de pareja, son barreras que enfrentan las mujeres que desean interrumpir su embarazo.

Diez mujeres compartieron a Chilango sus historias y las razones por las que decidieron abortar. Esta es la tercera parte del reportaje sobre la interrupción legal del embarazo y cómo influye la violencia de pareja y estigma del aborto en las decisiones. 

“Habiendo tantos condones en las farmacias”, “asesinas, todavía quieren que sea gratis”, “¿por qué no cierran las piernas?”. Estos son comentarios que frecuentemente se realizan en cualquier publicación sobre el aborto en redes sociales. El estigma social del aborto y las condiciones económicas son barreras que deben enfrentar las mujeres que piensan en interrumpir su embarazo, pero algunas también lidian con la violencia de la pareja.

Ya sea de forma presente en la relación o que se detone al momento de enterarse del embarazo, la violencia de género se llega a ejercer mediante la presión en la mujer para abortar, como el caso de Lydia, quien mantenía una relación con un médico residente.

“Le dije que yo sí lo quería tener, pero me dijo que si lo tenía me odiaría a mí y al niño para siempre, por arruinarle la vida y su carrera. Que jamás me lo perdonaría por no quererme sacar un bonche de células”, relata Lydia a Chilango.

Su novio ya conocía el proceso, pues su exnovia también había quedado embarazada y abortó en una clínica. En el caso de Lydia, él consiguió el medicamento con facilidad por su profesión y luego le ayudó a introducirse las pastillas. “Yo no sabía que me iba a poner mal. Él me dijo que era sólo como una regla, me trajo a mi casa y se fue a la suya. Obvio él ya sabía lo que iba a pasar”, recuerda.

Cuando las contracciones ya no la dejaban ni estar en pie, Lydia llamó a su novio para que volviera. Él acudió al llamado pero solo para ponerle una inyección, que nunca explicó para qué era.

“Me sentí decepcionada, insegura y resentida. La violencia sólo fue creciendo y sentía que él ya no me veía igual”, dice la joven, cuya relación no volvió a ser la misma. “Ya no volví a ver mi cuerpo igual y eso es algo que aún no supero”, confiesa.

De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2016, 43.9% de las mexicanas mayores de 15 años experimentaron violencia en la pareja a lo largo de su relación actual o durante la última. Además, 78.6% de ellas no solicitó apoyo ni tampoco presentó una denuncia.

Tras años de terapia, Lydia logró perdonarse, aunque todavía se arrepiente de haber abortado. Actualmente, mantiene una postura en contra de la interrupción legal del embarazo.

“Nunca lo hubiera hecho. Sí, me arrepiento. En lo personal, mi aborto sirvió para que un cabrón estuviera cómodo y a mí me costó terapias perdonarme”, sostiene. “No creo que terminar con una vida por conveniencia de otra sea una solución válida”.

La violencia de género representa un obstáculo para que la mujer pueda ejercer sus derechos humanos, gozar de salud física y mental, así como decidir libremente sobre su cuerpo.

De acuerdo con el estudio de Turnaway titulado “El impacto de obtener o de ser negado un aborto deseado sobre la salud mental de la mujer”, los efectos adversos sobre la salud mental después de practicar una interrupción están más asociados con factores en la vida de las mujeres, como tener antecedentes de problemas de salud mental, un historial de abuso infantil, negligencia y violencia sexual a manos de su pareja, más que por el hecho en sí mismo.

El estudio, publicado en mayo de 2018, el cual siguió durante cinco años el impacto en mujeres estadounidenses que se hicieron un aborto comparado con otras a quienes les fue negado el servicio, señala que revisiones científicas previas no han demostrado evidencia de daños a la salud mental a causa del aborto per sé, por lo que las leyes no deberían restringir el acceso alegando dicha razón.

En la Ciudad de México, el panorama se repite, la organización mundial sin fines de lucro Ipas México y el Instituto Nacional de Psiquiatría realizaron una investigación con 114 mujeres que acudieron en las clínicas públicas para practicar la interrupción legal del embarazo (ILE) y encontraron que los problemas de salud mental estaban relacionados con antecedentes psiquiátricos, de violencia sexual y de pareja.

“Cuando pasa el aborto sucede este disparador. No es el aborto en sí mismo el que causa esta depresión sino todo el antecedente previo de violencia o violación. Pero bueno, es común que los grupos antiderechos estén asociando mucho el aborto con problemas de salud mental”, mencionó en entrevista María Elena Collado Miranda, líder de proyectos comunitarios de Ipas México.

La sombra del estigma del aborto

La investigación realizada por Ipas también concluyó que el estigma del aborto se relaciona fuertemente con el problema de salud mental.

María Elena Collado señaló que las mujeres entrevistadas percibieron un mayor estigma social que al estigma interno, es decir, pensamientos como “no soy una buena mujer”, “no merezco tener hijos en un futuro” no eran tan fuertes como los que involucraban a la sociedad como “voy a perder a mis amigos”, “mi familia no me va a querer”, “me van a juzgar”, por lo que la sintomatología depresiva se relacionó al estigma social.

“Lo que les preocupa más a las mujeres es lo de afuera. Dentro de las clínicas decían ‘bueno yo sí tuve que abortar pero no tenía otra opción’, es decir ‘yo no soy igual a las que estamos aquí en la sala’, es como separarse, que yo no soy tan mala porque sino me toca el estigma”, mencionó la líder de proyectos comunitarios de la organización.

Sonia llevaba una relación de 6 años con su novio, con el que vivía en unión libre. A sus 24 años, ya sabía lo que era estar inmersa en una relación con violencia psicológica, la cual empeoró al grado de orillarla a abortar lo antes posible.

“Si no lo haces, te saco el bebé a chingadazos”, recuerda Sonia sobre las amenazas y “bromas” que su novio le hacía. “Sentí mucha presión de su parte, yo no estaba 100% segura de querer hacerlo, tenía mucho miedo y prácticamente no me dejó opciones. No me puso una pistola, pero hubo mucha presión”.

Incluso, el jefe de su pareja la cuestionó sobre si estaba segura que el bebé era de su novio. “Me sentí ofendida pero estaba tan dañada que hasta pensé que él necesitaba que yo me justificara”.

La joven, quien usaba parches anticonceptivos, tuvo que pasar por el proceso en soledad y silencio, pues su novio le prohibió que le contara a alguien, sobre todo a su mamá, por lo que asistieron a una clínica privada en la colonia Condesa.

“Yo imaginaba que iba a encontrar más apoyo psicológico en la clínica. Su ayuda era más para protegerse ellos como empresa, te preguntan ‘¿estás segura?’ si les dices que no responden ‘ah bueno, regresa cuando estés segura’”, lamenta.

Volvió al día siguiente y, aunque no estaba convencida, dijo que sí para que le realizaran el procedimiento. La pareja se quedó en una habitación de hotel cerca de la clínica, la joven tuvo que volver la mañana siguiente, ya que el sangrado era demasiado abundante.

Sonia desconocía las implicaciones físicas que podría tener y si era un procedimiento seguro. Incluso, no sabía que tenía que regresar en caso de que le quedaran restos. “No lo encontré en internet, lo supe hasta que ya me lo habían hecho. Lo único que me dijeron fue ‘estás bien, sólo que hay residuos’, no de feto, sino de coágulos, yo me quedé con muchas preguntas y dudas de eso durante mucho tiempo”.

Al salir, su pareja sepultó el tema: “de esto ya no se habla”, y evitó que Sonia le compartiera cómo se sentía. Incluso, la joven experimentó el rechazo de su ginecólogo, quien la regañó por no haberse cuidado ni “haberse hecho cargo de las consecuencias”.

Un mes después de la interrupción del embarazo, Sonia empezó a tener padecimientos hasta que en noviembre, que es cuando el bebé debía nacer, le diagnosticaron unos tumores paranasales y pensó: “hubiera preferido tener a un hijo que un tumor”.

“Me sentía tan culpable que pensaba que merecía tener ese castigo. Mis papás supieron que aborté porque en el hospital me hicieron preguntas, les rompí el corazón”, señala Sonia, quien estuvo tres años trabajando internamente sobre su decisión y la separación de su pareja.

“Creo que al final si decidí ir a la clínica fue porque me decía ‘no quiero pasar mi vida relacionada con este tipo’, aunque no estaba 100% convencida, había una parte consciente que decía ‘con él no’. Así que en esa situación, sí lo volvería a hacer”.

Sonia se arrepiente de la forma en la que abortó, de guardar silencio y no contar con el apoyo emocional de sus seres cercanos, además de lamentar que actualmente siga el estigma sobre las mujeres que abortan.

“Si no estuviera criminalizado, no tuviéramos este estigma del aborto, me imagino que hubiera sido para mí una experiencia completamente distinta, lo contaría con mucho menos pesar. Quizá no me lo hubieran tenido que volver a hacer, hubiera tenido todas las atenciones, y no, estuve escondida como un ladrón”, lamenta la mujer de 31 años de edad.

De acuerdo con el estudio “Maternidad o Castigo. La criminalización del aborto en México”, de la organización no gubernamental Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), la criminalización del aborto es “la materialización de la idea de que la maternidad es la función obligatoria de las mujeres”, cuestión que permea no sólo culturalmente a la población sino todas las instituciones del Estado, lo que representa una violación a los derechos humanos.

En tanto, el estigma social del aborto no sólo afecta a las mujeres directamente, también invade de mitos y desinformación, lo cual frena la legalización de la interrupción del embarazo por elección de la mujer en todo el país.

Uno de los mitos más comunes es que, si se despenaliza el aborto, se desviarán recursos de salud pública, aunque de acuerdo con las expertas de Ipas, el costo es sustancialmente menor a la cantidad que se invierte en tratar las complicaciones de procedimientos inseguros e insalubres, a los que recurren las mujeres al estar restringido el acceso.

Otra idea común es que las mujeres acudirán a realizarse una interrupción con la misma frecuencia que acuden a comprar condones, por lo que se volverá un método anticonceptivo más.

“Lo que nos dice la estadística de la Ciudad de México es que esto no ocurre, la reincidencia está por debajo de 2% y además un alto porcentaje de las mujeres que son atendidas (en clínicas públicas) salen con un método anticonceptivo, que el servicio de sector salud recomienda y que ellas deciden a partir de su necesidad”, señala Laura Andrade, responsable de comunicaciones de IPAS.

También se desestima la responsabilidad de la pareja ya que en el país, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2016, las parejas de 2 millones 634 mil 496 mujeres casadas o en unión libre son las que deciden cuándo tener relaciones sexuales, mientras que un millón 221 mil 627 mexicanas indicaron que sólo su esposo o pareja decide si usan métodos anticonceptivos y un millón 385 mil 218 señalaron que su compañero fue quien tomó la decisión de cuándo y cuántos hijos tener.

“Si vemos en las redes sociales tantos ‘¿para que abres las piernas?’, eso está tan aceptado que el hombre tiene la capacidad para decir bueno, yo ya me voy, y tú hazte cargo”, lamenta María Elena Collado Miranda, líder de proyectos comunitarios de Ipas México.

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“Seguro le ganó la calentura”: Adolescentes, los más señalados

Los adolescentes son la población más estigmatizada, tanto por la sociedad como por el sector salud, por el uso de anticonceptivos e interrupciones del embarazo, lo que provoca que reciban peor atención, poca información o que no busquen el servicio legal y seguro sino el más secreto.

“Lo hemos visto hasta en los médicos de ILE, que incluso estigmatizan más a los adolescentes que a la mujer casada que se embarazó: a la joven pues le ganó la calentura, no se cuidó, y está señora no. No saben la historia pero se construyen que la señora sí se cuidó, que seguramente usó métodos y le falló, pero el adolescente es irresponsable”, dice María Elena Collado.

Aunque en las clínicas públicas de la Ciudad de México, las mujeres que más asisten son de 20 a 29 años, la mayor parte de las adolescentes embarazadas no acuden porque o están teniendo a sus bebés aunque no lo deseen o realizan una práctica diferente como abortos clandestinos.

La organización Ipas labora directamente con jóvenes dando talleres y pláticas en preparatorias y Conalep, donde observan que la desinformación abunda, incluso, desconocen que la interrupción del embarazo es legal en la CDMX y que pueden asistir sin sus papás, ya que según la Norma Oficial Mexicana 047, que acuda la madre, el padre o tutor es si lo desea el adolescente, debido a que en ocasiones hay violencia familiar o hubo violación por parte de un integrante de la familia.

Vanessa tenía 18 años cuando descubrió que estaba embarazada, vivía en Tultitlán, Estado de México, y estaba esperando ingresar a la universidad. Tras varias pruebas caseras, que salieron negativo, se hizo una de sangre: tenía 2 meses y una semana de gestación.

“Siempre él me decía que me iba a apoyar, y como fue mi primer novio formal, me involucré mucho con él, era cuatro años mayor, entonces yo le hacía mucho caso pero su primera pregunta con la doctora fue ‘¿dónde podemos abortar?’”, recuerda la joven. “No sentí ese apoyo suyo, yo tomé la decisión que él quería”.

La pareja acudió a una clínica en Ticomán, donde la mandaron al Centro de Salud T- III Beatriz Velasco Alemán, en la alcaldía Venustiano Carranza, una de las cinco que continuan dando servicios gratuitos, ya que otras ocho tienen su servicio suspendido por la falta de medicamentos.

“Sí me arrepentí, sobre todo cuando estaba en el proceso porque fue muy feo. Cuando me pasaron a planeación familiar, me dijeron que todavía no era un bebé y que no involucrara ningún sentimiento, pero me hicieron un ultrasonido, ellos lo ven muy frío”, lamenta. “Yo me acuerdo que estaba acostada, como en una máquina que succiona todo. Me solté a llorar, y sentía que ya no podía más”.

Después del aborto, su novio evitó hablar del tema; sin embargo, sufría de cólicos muy fuertes durante la menstruación, incluso, asegura, todavía si realiza un esfuerzo más fuerte de lo normal llega a sentir dolor.

“El doctor me comentó que soy muy delicada, que el proceso fue muy agresivo y al rasparme me lastimaron, entonces me dijeron que probablemente me costaría trabajo embarazarme de nuevo, pues es un proceso que lastima mucho”.

Al mes siguiente, Vanessa tuvo pesadillas en las que veía a un bebé y le llamaban asesina. Luego de dos años, por una adicción al alcohol, ingresó a Alcohólicos Anónimos, donde pudo soltar y lidiar con la culpa.

Mantuvo el secreto del aborto hasta que su mamá se enteró al descubrir unos papeles que Vanessa guardó en su recámara, y aunque la respuesta fue que “hizo lo mejor”, guardaba rencor hacia su pareja, con quien se distanció hasta terminar la relación.

“No, la verdad no lo volvería a hacer, estando con él o sin tener su apoyo, yo lo tendría. Creo que hubiera tenido el apoyo de mi papá y yo hubiera buscado la forma de salir adelante. Si pudiera, sí tomaría la decisión de tenerlo”.

Aunque la joven, de ahora 24 años, respeta si una mujer decide o no abortar, señala la necesidad de orientar y brindar información a las personas.

“Yo digo que no está del todo bien, pero es respetable si una persona no quiere, quizá para mí sus decisiones no son válidas pero sólo la persona que lo está viviendo sabe por qué lo hace”, comenta. “Lo mío fue por descuido porque él me decía que no le gustaba usar condón y como era la única persona con quien yo estaba, me confié”.

Ipas señala que no es suficiente que haya muchos métodos anticonceptivos, ni que los regalen en las clínicas, si no también el uso que se les dará y la apertura del tema con la pareja.

“En las escuelas vemos que en las mujeres es difícil que propongan usar métodos anticonceptivos”, dice Collado Miranda. “Es cómo le voy a hacer con mi pareja, porque voy a hacer mal vista si yo propongo o digo que ya vengo preparada, porque hay la idea que las mujeres debemos tener relaciones para procrear, no para gozar”.

En los talleres, Ipas observó que los jóvenes reconocen que asumir el embarazo, es decir, convertirse en padres, es como un símbolo de convertirse en héroes, al no contar con un proyecto de vida definido, por lo que hay un imaginario que un embarazo les va a hacer tener su propio plan o la idea que las va a sacar de una situación de marginación.

No obstante, depende de los estratos sociales, ya que en lugares con mayor marginación se da con más frecuencia la búsqueda del proyecto de vida, que un bebé puede romper la realidad desfavorable que están viviendo, pero en estratos más altos hay quienes ven que pueden seguir estudiando y buscan la interrupción, sin ver el embarazo como una resignación automática.

“En los adolescentes sí vemos cambios por ejemplo en temas homofóbicos, pero en realidad el tema de la maternidad es muy difícil cambiarlo, decir que una mujer puede desear no ser madre es algo muy fuerte en nuestra sociedad”, reconoce María Elena Collado.

Mañana no te pierdas la cuarta entrega del reportaje sobre aborto ¿es un pecado? ¿en verdad hay tantos anticonceptivos?

****Algunos nombres de este reportaje fueron modificados a petición de las propias mujeres que nos compartieron sus testimonios****

CHECA AQUÍ:
La primera entrega: ¿Cómo es abortar (en silencio) en la CDMX?
Segunda parte: Abortos clandestinos, entre miedo, peligro y desinformación
Cuarta parte: Aborto en México: 44% de mujeres que abortan ya tienen hijos