Inmensa, caótica, fascinante, sobrepoblada e imponente… así es la Ciudad de México (CDMX). Cualquiera que viva aquí sabe que hay razones de sobra para amarla —y también unas cuantas para odiarla—. Por su complejidad y sus contrastes, la CDMX ha sido musa de muchos escritores contemporáneos.

Los diferentes rostros que tiene han quedado inmortalizados en las obras, ya sean novelas, poemas o crónicas, de Carlos Fuentes, Octavio Paz, María Luisa Puga, José Emilio Pacheco y otros autores.

Decidimos recopilar las descripciones literarias más emblemáticas y las que mejor han logrado capturar la esencia de nuestra ciudad y lo que significa vivir en ella.

La región más transparente de Carlos Fuentes (1958)*

Para algunos críticos literarios este libro fue el que inauguró la literatura urbana de la ciudad. Eso sí, nadie discute que después de esta obra la frase “la región más transparente del aire” se convirtió en sinónimo del Distrito Federal, como se le llamaba en ese entonces.

«Aquí vivimos, en las calles se cruzan nuestros olores, de sudor y pachulí, de ladrillo nuevo y gas subterráneo, nuestras carnes ociosas y tensas, jamás nuestras miradas […] Ven, déjate caer conmigo en la cicatriz lunar de nuestra ciudad, ciudad puñado de alcantarillas, ciudad cristal de vahos y escarcha mineral, ciudad presencia de todos nuestros olvidos, ciudad de acantilados carnívoros, ciudad dolor inmóvil, ciudad de la brevedad inmensa […] ciudad del tianguis sumiso, carne de tinaja, ciudad reflexión de la furia, ciudad del fracaso ansiado […] Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire».

Hablo de la ciudad de Octavio Paz (1986)

México y en particular su capital fueron temas recurrentes en las obras de Octavio Paz. El premio Nobel escribió sobre la CDMX en múltiples ocasiones y una de sus descripciones más memorables fue la de este poema en el que no tuvo que decir mucho para explicar todo lo que significa vivir en la ciudad que “nos devora, nos inventa y nos olvida”.

«Novedad de hoy y ruina de pasado mañana, enterrada y resucitada cada día,

convivida en calles, plazas, autobuses, taxis, cines, teatros, bares, hoteles, palomares, catacumbas,

la ciudad enorme que cabe en un cuarto de tres metros cuadrados inacabable como una galaxia,

la ciudad que nos sueña a todos y que todos hacemos y deshacemos y rehacemos mientras soñamos,

la ciudad que todos soñamos y que cambia sin cesar mientras la soñamos…»

Si quieres leer el poema completo, aquí lo puedes encontrar.

Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco (1981)

Hay muchas cosas buenas de este libro y si eres chilango logra sacarte una sonrisa cada que hace referencia a puntos específicos de la ciudad. El libro es corto, pero no necesitó de muchas palabras para describir ese lado “tenebroso” de la ciudad al que tanto temen los que no son de aquí.

«En la maldita Ciudad de México. Lugar infame, Sodoma y Gomorra en espera de la lluvia de fuego, infierno donde sucedían monstruosidades nunca vistas en Guadalajara […]. Siniestro Distrito Federal en que padecíamos revueltos con gente de lo peor. El contagio, el mal ejemplo. Dime con quién andas y te diré quién eres».

Los detectives salvajes de Roberto Bolaños (1998)

Bolaños se adentró a otra cara de la ciudad. En particular a la calle Bucareli y así la inmortalizó:

«La verdad es que al principio no advertí ninguna señal que singularizara aquella calle de las que acabábamos de dejar. El tráfico era igual de denso […] pero luego (tal vez influido por la advertencia de María) fui percibiendo algunas discordancias. Para empezar, la iluminación. El alumbrado público en Bucareli es blanco, en la avenida Guerrero era más bien de una tonalidad ambarina. Los automóviles: en Bucareli era raro encontrar un coche estacionado junto a la acera, en la Guerrero abundaban. Los bares y las cafeterías, en Bucareli eran abiertos y luminosos, en la Guerrero, pese a abundar, parecían replegados sobre sí mismos, sin ventanales a la calle, secretos o discretos. Para finalizar, la música. En Bucareli no existía, todo era ruido de máquinas o de personas, en la Guerrero, a medida que uno se internaba en ella, sobre todo entre las esquinas de Violeta y Magnolia, la música se hacía dueña de la calle, la música que salía de los bares y de los coches estacionados, la que salía de las radios portátiles y la que caía por las ventanas iluminadas de los edificios de fachadas oscuras».

El vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata (1979)

Zapata por su parte se atrevió a escribir sobre la ciudad desde una perspectiva gay. Se adentró al lado sexual de sus calles y rincones y los describió utilizando un lenguaje coloquial y sin censura.

«En esa época me parecía la ciudad de México la ciudad más cachonda del mundo, la que más se prestaba a coger, o sea, a que uno cogiera ¿verdad?. La que más favorecía las este las relaciones sexuales entonces yo decía: “No ps si esta ciudad es cachondísima para muestra basta la Torre Latinoamericana que es el falo más grande de Latinoamérica” […] entons a mí la torre me parecía el falo más grande de américa latina y el palacio de bellas artes la chichi más gorda de todo el continente je y así toda la ciudad ¿no? cada rinconcito tenía un encanto muy particular muy sexual era maravilloso podías coger todo el día todos los días»

Pánico o peligro de María Luisa Puga (2002)

Si Zapata logró una perspectiva gay de la ciudad, Puga hizo lo mismo con la visión femenina. La novela transcurre en la avenida Insurgentes y debate si es mejor vivir con miedo o enfrentarlo.

«Se podría decir que toda mi vida ha transcurrido a lo largo de Insurgentes. Y en sus bordes, más o menos he visto crecer toda clase de ideas descabelladas, incomprensibles, falsas. He descubierto las formas más feroces de resistencia o los casos de fracaso más patéticos…».

Ojerosa y pintada de Agustín Yáñez (1960)

¿Cómo es vivir en la CDMX? Yañez trató de contestar esta pregunta —y de paso respondió muchas otras— con esta novela. Sin duda uno de los temas que mejor capturó fue el del clasismo que se vive en ciertas zonas de la ciudad y lo hizo con el siguiente párrafo.

«—A mí, sobre todo, no me hablen de lejanías: Polanco, las Lomas, qué sé yo; es como vivir desterradas— terció la señora.

—Da la casualidad que allí́ es donde viven las personas de nuestra categoría… En efecto, las categorías sociales de la metrópoli pueden distinguirse por los barrios o colonias: a la categoría porfirista para no ir más lejos, corresponde la colonia Juárez y principios de la Roma; después, digamos a la callista, la Cuauhtémoc, la del Hipódromo, Anzures y parte de las Lomas; hay la categoría israelita, la sirio libanesa, con sus estilos arquitectónicos; como ves, capas advenedizas a favor de la política y los negocios; pero lo que se llama verdaderamente la sociedad mexicana no contaminada, los viejos apellidos que, como el nuestro, no han claudicado ni al golpe del despojo que nos infirió́ [sic, por infringió́] el agrarismo, escapamos a que se nos mezcle con esas categorías de nuevos ricos que han hecho su fortuna a costa de la nuestra; es como el buen aceite junto al agua…».

¿Qué descripciones de la CDMX has leído y cuáles nos faltaron?