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Publicado por Alfaguara, recién salidito de la imprenta, te dejamos un adelanto del libroÚltima vez en Plutón de Arturo Vallejo, que ya está en librerías.

¿Quién tiene la autoridad para decidir que Plutón no es un planeta? Es una pregunta intriga al joven protagonista de esta novela, quien trabaja en sus vacaciones en un local de videojuegos para poder ir a un campamento de la NASA.

***

Ya en el vagón saqué mi libro y me puse a leer de pie. Lovecraft relataba cómo descubrió que dios no existe y se volvió ateo. Todo fue culpa de Santa Claus, escribió. Santa Claus no existe, le dijeron un día, es un mito igual que Hércules o los unicornios. Lovecraft no tuvo ningún problema para aceptar esta idea, pero la llevó más lejos: si Santa sólo es un mito, se preguntó, ¿por qué dios no va a serlo también? Luego del transbordo, el metro llegó a Cuatro Caminos y me bajé con el resto de la manada. Caminamos hacia las salidas que llevaban a diferentes rutas de microbús. El argumento de Lovecraft era parecido a otros que vendrían años más tarde, como los de Bertrand Russell y de Bobby Henderson: si de inventar se trata, da igual decir que el mundo fue creado por un dios, por un unicornio rosa o por un monstruo de espagueti volador. Finalmente no hay evidencia de ninguna de esas cosas y de todos modos la gente sigue creyendo. Traté de seguir leyendo en la combi que me llevaba hasta mi casa, pero me quedé dormido.

Cuenta la leyenda que Satélite y Coapa eran un mismo territorio en la Pangea y que fue la deriva continental la que los separó. Existe otra leyenda en la que un túnel subterráneo conecta directamente Satélite con Coapa.

La verdad es que Lovecraft no crecerá para convertirse en una persona muy agradable que digamos. Durante toda su vida será:

a) esnob,

b) excéntrico,

c) conservador,

d) clasista,

e) abiertamente racista,

f) sin duda, homofóbico.

Existen montones de evidencias. Por ejemplo, de niño tendrá un gato al que le pondrá nigger-man, es decir, “negrito”; a uno de los tantos diarios que él mismo publicará —más que periódico será una especie de fanzín de la época— lo llamará El Conservador y en él se pronunciará a favor del armamentismo norteamericano y se declarará creyente del pansajonismo mundial y de la dominación de la raza inglesa (que en realidad no es una raza porque las razas no existen, pero dejémoslo así) sobre los demás pueblos inferiores. Su esnobismo llegará a ser tan marcado que tanto para escribir como para hablar utilizará palabras supuestamente en su forma antigua para que suenen más auténticas, pero que generalmente escribirá mal o de plano no existirán (darke, por dark; storme, por storm). Tan marcado que en una ocasión se negará a entrar a la tumba de Patrick Henry, héroe de la Revolución Americana, porque se considera a sí mismo un súbdito leal de la corona inglesa. Pero Lovecraft también será un hombre atormentado. En sus cartas confesará que de niño sus noches estuvieron llenas de imágenes que le parecían terribles y le hacían rogar por no dormirse.

Todos estos datos explican, por lo menos en parte, de dónde sacará esas pesadillas literarias que lo harán tan famoso después de muerto. Historias que hoy son clásicas como El extraño caso de Charles Dexter Ward, El color que cayó del cielo, El horror de Dunwich, El horror en el museo, El morador de las tinieblas, El verdugo eléctrico, La sombra fuera del tiempo, La sombra sobre Innsmouth, La ratas en las paredes y, por supuesto, La llamada de Cthulhu.

Poco a poco la desintegración de su familia continúa; la entropía es lenta, pero inevitable. Su abuela materna muere cuando él tiene seis años y desde entonces el luto no se levantará de su hogar. A partir de entonces el niño Lovecraft se dedica a pegar papelitos de colores en los vestidos de su madre y sus tías para poder ver algún color que no sea el negro en esa casa.

Antes de llegar a mi casa pasé al Blockbuster de la López Mateos, que en ese entonces todavía existía. Pocos descargaban, legal o ilegalmente, tantas películas del internet como ahora que escribo esto. Había menos televisión por demanda porque menos personas tenían cable o antena. No existía TiVo, por lo menos no en México. De cualquier modo, los videoclubes ya tenían sus días contados.

Recuerdo que la manera en la que clasificaban las películas parecía sacada de la taxonomía de Borges. Me refiero a ese cuento en el que los animales se dividen en embalsamados, amaestrados, perros sueltos, dibujados con pincel de camello y así: nada que ver una cosa con la otra. En Blockbuster tenían películas de terror, drama, comedia, acción y demás que venían todas de Estados Unidos, pero también películas de terror, drama, comedia, acción y demás que estaban clasificadas como extranjeras porque no venían de Estados Unidos, sino de Europa. Las mexicanas estaban clasificadas aparte. Después de dar un par de vueltas por el local decidí llevarme Loca Academia de Policía 3 y Los Doce del Patíbulo 4.

Mi padre se la pasaba viendo películas todas las noches mientras yo me la pasaba en la red. Ninguno de los dos tenía mucho más que hacer. Una vez a la semana yo pasaba por algunos discos. Sobre todo le gustaban las películas viejas, pero no clásicas de verdad, sino películas ochenteras.

Por ejemplo, Top Gun.

Por ejemplo, todas las de Karate Kid.

Por ejemplo, todas las de Volver al futuro.

Por ejemplo, todas las de Depredador, Comando y Terminator.

Ese verano vio todas las sagas que pudo. A veces yo lo alcanzaba para ver el final cuando me desconectaba del internet. Él no las terminaba porque siempre se quedaba dormido. Yo me quedaba despierto hasta la madrugada sin poderme dormir.

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Título:Última vez en Plutón
Autor (es):Leopoldo Arturo Vallejo Novoa
Sello:ALFAGUARA
Fecha publicación:01/2016
Idioma:Español
Formato, páginas:TAPA BLANDA, PEGADO CON SOLAPA, 208
Medidas:238 X 151 X 14 mm
ISBN:9786073138574
EAN:9786073138574