Chilango

Pasión por los bichos

Foto: Andrea Tejeda

Desde hace 45 años, la reina de las mariposas, María Eugenia Díaz Batres, cuida de una colonia nada despreciable: 55 mil insectos que son parte de la Colección Nacional de Insectos del Museo de Historia Natural del Bosque de Chapultepec.

“A ver, fórmense, que vamos a entrar”. Cuando escuchan a la joven maestra, unos 30 chiquillos corren a tomar sus posiciones. Son casi las 10 de la mañana y en la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec, el olor del pasto recién cortado se mezcla con el de las hamburguesas de carrito que ya comienzan a alimentar a sus primeros clientes. El barullo aumenta cuando aparca otro camión atestado de alumnos de primaria.

Adentro, en su oficina del Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental (MHNCA), María Eugenia Díaz Batres se coloca su bata blanca y se dispone a comenzar las tareas del día. Dentro de poco llegará un grupo de estudiantes que quiere conocer la colección. Como si se tratara de un espectáculo ensayado, quita algunos papeles de su mesa de trabajo y coloca unas cajas con escarabajos junto al microscopio. Sabe que será interesante para sus visitantes, pero no es lo único que tiene para mostrar. Con los insectos, siempre tiene un as bajo la manga. 

Con un paño limpio se dirige hacia donde están decenas de cajones de roble macizo dentro de los cuales se resguarda la Colección Nacional de Insectos Dr. Alfredo Barrera Marín. Más de 55 mil especies diferentes de escarabajos, mariposas, moscas, saltamontes, pulgones, cigarras y chinches, incluyendo algunos tipos de arácnidos, forman esta especie de ejército de insectos disecados. Al verlos, “Maru”, como le dicen, no puede evitar una ligera sonrisa. Es la satisfacción y el orgullo de saber que ahí, en esas cajas, están miles de horas de trabajo. La labor de toda su vida. 

Perteneciente a una familia longeva –sus padres vivieron más de 90 años cada uno–, María Eugenia no parece alguien a punto de cumplir 69 años. Es bajita, de cabello enmarañado y castaño, y semblante serio. Pero en cuanto comienza a hablar es fácil reconocer a una mujer accesible y vivaz. Nos reunimos en un café a unas cuadras del metro Juanacatlán. Quizá no es casualidad que ella eligiera esa estación cuyo ícono representa una mariposa; los bichos, en especial las mariposas, se empeñan en seguir a esta chilanga en todo lo que hace. Pero no es que los insectos fueran su pasión desde el primer momento.

La verdad, quería estudiar medicina, pero al ver los pies verdes de un “muertito” en el anfiteatro supo que no era lo suyo. Tampoco lo era ser maestra, como quería su papá, un mecánico de máquinas industriales de coser, y como lo son sus dos hermanas mayores. María Eugenia, inquieta y medio rebelde, se zafó de las ataduras paternas y entró a Biología, carrera que la condujo al que hoy con todo el derecho de una veterana llama su museo y que le permitió descubrir su fascinación por estas pequeñas criaturas. Entre sorbo y sorbo de té, regresa más de cuatro décadas en el pasado a los días que definirían su futuro. “¿Cómo que nunca has visitado el museo?”, le increpó quien poco después sería su jefe, el Dr. Barreda, cuyo nombre hoy lleva la colección custodiada por María Eugenia. 

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