Los patrones geométricos de sus ventanales color ámbar son dignos de un mundo visitado por Flash Gordon (el del comic de 1934 no el que se peinaba con secadora en los 80). Si sólo entrara la luz por ahí uno podría tener experiencias místicas… pero como eso no sería negocio tienen que prendernos el foco verde-ahorrador que obliga a buscar estados alterados por vía del alcohol. ¡Ni modo! Aún así hay un extraño efecto dorado, reforzado por el amarillo de las paredes, que viene ad hoc con su nombre. Para mí, eso es lo que atrae todos los días a un gran número de feligreses encarnados en oficinistas, chicas que trabajan en una estética, jóvenes con actitud arrolladora, hombres de overol, y otros menos mortales como Guillermo Fadanelli o Sabo Romo. El amarillo nos persigue hasta en la botana: nos toca una paella con más grasa que gracia pero se compensa con un servicio que es muy atento. No falta la voz de alguna hereje que entra diciendo »¿Por qué no fuimos a los Remedios?» Al final se arrepiente. Ella, también, ha visto la luz. (Tip terrenal: el estacionamiento está sobre General Fco. Murguía)