“No se dice venti, se dice grande”, se lee en uno de los vasos sobre el mostrador de la barra. Una provocación directa a una famosisíma cadena de cafeterías norteamericana. Lo hacen porque quieren mostrar que en México tenemos nuestra propia manera de hacer las cosas y que lo “hecho en México, está bien hecho”, sin que eso signifique recaer en clichés y manteles de color rosa con papel picado.

Todo en el lugar tiene un toque nacional: dichos populares, diminituvos (“el terroncito de azúcar” para endulzar, por ejemplo) y cuidado en la selección de materias primas locales.La idea es hacer parecer al lugar un espacio de barrio, con mucho enfoque en el diseño:se ve en las tazas, en los platos , en los anaqueles con latas de azúcar, té, café y todo lo que te puedes llevar a casa para coleccionar.

En el menú de bebidas el café es un básico, la mezcla de la casa es mitad oaxaqueña, mitad veracruzana (aunque en grano también tienen de Coatapec, de Pluma y de Jaltenango, Chiapas). Como parte del statement que resalta lo mexicano hay especialidades como el café de olla, el chocolate oaxaqueño (servido en diferentes grados de amargor) y la horchata, para tomar fría o en frappé.

El concepto se redondea con los bocadillos: dulces como las tartas de mamey y tamarindo, los totopos con chocolate y chile o salados como las empanadas de mole y sándwiches. Te recomendamos mucho el pastel de elote, es grande, poroso y con un toque de queso.

Es fácil enamorarse de los objetos de colección que hay por todos lados. No salgas de ahí sin una bolsa de té a granel o una muestra de café en grano.

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