Entrar es como cruzar un túnel que traslada un recinto entre espiritual y chic de oriente. El ambiente es fresco y limpio, la gente platica a un volumen moderado y desde la barra hasta el jardín todo se ve iluminado y en armonía. De la cocina escapan elegantes aromas de pato y reducciones de pescado que se van regando cuando los meseros pasean entre las mesas las charolas repletas de platitos negros y rojos. Por el gran ventanal, se ve una relajante vista del jardín oriental. En la mesa las delicias concebidas por la multi reseñada chef Mónica Patiño arrancan exclamaciones de gozo divino. No por nada, el vino de la casa Amrita, concebido por Mónica y elaborado especialmente por Hugo D’Acosta persigue exaltar al máximo los sentidos.

El menú es sencillo claro y bien estructurado, el problema es elegir sólo unas cuantas cosas y no todo lo que se antoja. Para abrir apetito está la tabla de quesos Ramonetti, que refrenda el compromiso de la casa por promover los productos nacionales de calidad gourmet, los quesos maduros vienen con un éxotico chutney de cebolla e higo. La sopa de hongos orientales con trocitos de foie gras es una reconfortante delicia muy bien condimentada, perfecta para el gusto chilango más propenso a los sabores más intensos que a los delicados.

El chef Eduardo Nakatami, bajo la dirección de la Patiño ha logrado dar continuidad a la calidad de esta experiencia gastronómica. El pato al curry rojo, está elaborado de forma magistral, destaca la suavidad de la carne y la armonía de sabores que le dan las uvas guisadas.

Las carta de vinos es interesante aunque un tanto castigadora, las opciones por copeo son variadas y de buena calidad. Esto permite probar cada platillo con un vino diferente. Tan buena cocina merece un maridaje dedicado.