Si te gusta la comida china (lo suficiente como para pagar por ella) este restaurante tiene dos sucursales (una en el poniente otra en el sur) para que siempre que tengas antojo de algo agridulce llegues a ellas.

Aquí, lo que pesa no son las presentaciones de los platos, sino las modestas salsas: agridulces, muy dulces o muy picantes, no importa; todos los platos siempre llevan un toque adicional de sabor.

Al comienzo, puedes ordenar una sopa de aleta de tiburón (es todo un levantamuertos), de sabor y presentación similar a cualquier caldo de pescado.

De los fuertes, el pollo Hunan es siempre bienvenido por la dulzura de la salsa que se combina con las verduras y el ajonjolí (mucho mejor si lo mezclas con un poco de arroz Ming).

Aquí el pato estilo Pekín, se sirve en taquitos (la tortilla es en realidad una crepa, muy delgadita) ya con el pato rebanado y la salsa de ciruela y pepino chorreada por encima (si te gustan los huesitos, pide al mesero que te guarde las alitas y los muslos).

Si prefieres los sabores picantes (de los que arrasan con toda la boca) pide el pollo, el cerdo o los camarones con salsa Szechuan (esa salsa picante preparada con pimienta szechuuan y verduras tiernas).

Los postres son de lo más sencillo, como los lychées con helado, frescos y ligeros para compensar la comida.