Es un lugar para tomar una copa, sin esperar mucho de la comida. Tiene muy buena luz natural y es cómodo.

Lo tienes que visitar al menos una vez, más que por la comida porque se está convirtiendo en un lugar de referencia. Es decir, mucha gente dedicada a los medios y a las artes para ahí, pues en Casa Lamm se imparten cursos e, incluso, dentro del restaurante se llevan a cabo eventos. No obstante, es de sorprender que no tengan una mejor cocina, sobre todo porque el precio bien lo valdría.

Al entrar al restaurante Lamm, la atención es rápida mas no abrumadora, si hay lugar te dejan elegir el tuyo. Tiene buena variedad de vinos por copeo: desde argentinos, españoles, chilenos y mexicanos hasta sudafricanos. Los mejores, sin lugar a dudas, son los chilenos, con cuerpo, sabores a moras y frutos del bosque. El sudafricano no es malo, pero carece de buqué y cuerpo.

La carta no es muy extensa, pero si vas como primera vez es lo suficientemente interesante, pero no te equivoques, los platillos suenan mejor de lo que saben. De entrada, la crema de chicharrón es un verdadero placer culpable. El sabor del chicharrón es delicioso, sin embargo, debe contener una cantidad enorme de calorías. La crema de portobello es otra buena opción. El fuerte sabor del hongo está muy bien disimulado por una bola de requesón al centro. Como plato principal, el filete relleno de cuitlacoche en salsa de epazote se lleva las palmas. La salsa de epazote es insuperable, delicada, olorosa, administrada en el sabor y el sazón, pero lo bastante penetrante en los sentidos como para dejar limpio el plato.

Otro platillo que sólo de leer hace salivar es el atún fresco bañado en salsa de tamarindo y guarnición de juliana de verduras. Pero las altas expectativas no se cumplen: las verduras ricas, pero el tamarindo es demasiado e invade el delicado sabor del atún y lo inunda de más.

Del menú del postre, el mousse de cajeta es el que más se antoja, pero una vez más suena mejor de lo que sabe.

Un detalle agradable es que mientras comes puedes conversar con quien vayas, la música es suave y agradable. No cabe duda que hay que conocer el lugar: es lindo, de buen gusto y se come en una casa de principios de siglo, remodelada en 1993 en su totalidad, tal como la soñó el propio Lewis Lamm, pero eso no borra que los platillos no sean tan buenos, y por ese precio es mejor ir a algún restaurante ya probado.