Buen servicio y una amplia oferta de vinos en un ambiente serio, no muy original.
¿Cómo definir el estilo de este lugar? Tiene aires de brasserie, pero carece del ambiente vertiginoso de las mismas; es informal, pero “frío” a niveles de congelamiento. Laid back hasta el extremo, adolece de una ausencia de personalidad. Aunque la decoración juega con los rojos, el color imperante es el gris, lo cuál no deja de ser una lástima, pues su carta guarda sorpresas agradables. De hecho, las tapas –montaditos y minichapatas– son una franca delicia. Hay que probar muy especialmente las de queso de cabra con jitomate deshidratado, las de jamón serrano con tortilla de patatas y –especialidad de la casa– las de camarón al chipotle con plátano macho y frijoles. Creadas por la chef Paulina Jarero, conjuntan sabor y textura a la perfección. Otro punto fuerte es un delicado risotto de calamar con huitlacoche. El confit de pato no está nada mal: la carne es blanda y el platillo mantiene un equilibrio de tonos dulces y  salados. La surtida cava y, particularmente, la amplia lista de vinos por copeo, es otro acierto, pues vuelve muy ricas las opciones de maridaje. Desafortunadamente, ante la brutal competencia y la creciente cantidad de alternativas en la ubicación privilegiada en que se encuentra, el Entrevinos se pierde entre “azul y buenas noches”.