La Ciudad de México es maravillosa porque nunca deja de sorprendernos. Krika’s Bar es buen ejemplo de ello. A simple vista es un local abarrotado por la hambrienta comunidad godín de la Roma; no obstante, si se le ve más de cerca, uno descubre que tras sus comidas corridas hay por lo menos 80 años de historias dignas de contarse.

Antes de convertirse en el secreto lugar de culto que es ahora, fue un famoso bar frecuentado por el estadounidense William Burroughs, escritor parteaguas de la corriente literaria de la Generación Beat.

En pleno siglo XXI, no todos los asiduos a las mesas del Krika’s saben de las épicas borracheras y tertulias literarias que han testificado sus muros tapizados con fotos de Burroughs. Hoy sus clientes ubican el lugar por razones más relacionadas con el hambre que con la leyenda.

A pesar de todo, hay una cosa que llama la atención sobre el sitio: se trata de un bar hecho y derecho (con buen historial, como ya se vio), pero su alma es más amiga de los tenedores que de las copas. Sus menús de tres tiempos (con agua y postre incluidos), a cambio de la democrática cuota de $60, ya tienen altar en el corazón de los oficinistas que lo visitan.

Foto: Ollin Velasco

Siempre hay a elección dos sopas aguadas, dos secas y cinco guisados distintos. Entre sus fuertes están la arrachera, las enchiladas gratinadas y los chiles en nogada. Los viernes están de lujo por tres razones: 1) preparan chamorro, 2) un pozole rojo que se agradece a estas alturas del año y 3) unas cubas que cumplen las expectativas del día más social de la semana.

Pero no sólo se han especializado en esas opciones. También ofrecen comida a la carta y tienen paquetes especiales de desayunos de entre $55 y $70. Las cartas de estos últimos traen hasta un conteo de calorías, para que no te pases de la raya ni porque se trate de la primera comida del día. Y últimamente han estado incursionando en cenas.

Observar una hora de la comida cualquiera en este restaurante-bar-museo, ubicado en el corazón del mundo hipster chilango, es aleccionador. Los meseros son como hormiguitas imparables, las órdenes llegan precisas y siempre más de uno se queda viendo los distintos rostros de Burroughs. Casi nadie se imagina que en el departamento 10 de ese mismo edificio, hace 66 años, el escritor asesinó a su esposa tras una fiesta infinita.

Pero esa es otra historia.