No sabemos si el pionero de las últimas cenas tuvo un banquete más goloso de lo que se dice, pero la versión oficial cuenta que aquel festín final entre Jesucristo y sus apóstoles constó de pan, vino y un plato de cordero rodeado de ajo y hierbas aromáticas que, entre otros valores nutricionales, tenía la virtud de quitar el pecado del mundo. A saber. Este acto se conmemora los jueves, aunque un historiador de nombre Colin Humphreys, de la Universidad de Cambridge, concluyó hace poco más de diez años que aquella premonitoria merienda sucedió un miércoles 1 de abril del año 33. Como sea, el rey de los judíos ya se olía que ese sería su último convite nocturno antes de que uno de sus discípulos ahí presentes lo traicionara. Chidos “amigos”, Jesús.

Lo dicho: para que podamos elegir nuestra última cena debemos tener la certeza de que en verdad será la última. Por ello, muchas de las más famosas peticiones vienen de criminales condenados a la pena de muerte. John Wayne Gacy, mítico asesino serial, pidió una cubeta de pollo frito Kentucky, camarones fritos, papas a la francesa y un kilo de fresas. Víctor Feguer, el último asesino condenado a muerte en Iowa, cenó una aceituna con la creencia de que de su cuerpo bajo tierra nacería un árbol; y pues no, no pasó… Por eso no hay que andarse con mamadas. Hay que cenar bien, Víctor.

En su libro Medium Raw, Anthony Bourdain cuenta de cuando pudo comer hortelano al Armagnac, un pajarillo prohibido para su consumo, que se cocina en grasa y que los comensales atacan con las caras tapadas con servilletas de tela para esconderse de Dios. Esa fue la última cena del expresidente francés François Mitterrand. John Lennon comió un sándwich de corned beef antes de toparse con el infame Mark David Chapman saliendo de casa. Elvis, que ya había cenado, y bien, se aventó un tentempié de madrugada de cuatro bolas de helado y seis galletas de chocolate antes de que su corazón abandonara el edificio. Hemingway se embutió un corte de carne con papas al horno, ensalada César y una botella de Burdeos.

Todos nos hemos hecho esa pregunta. Aunque la elección no es fácil, es interesante pensar cuáles serían esos últimos bocados antes de que se terminen nuestros días de sol. Hace poco lo platiqué con mis amigos. Uno de ellos, a quien quiero con el alma, dijo que él comería todas las alitas de Hooters que pudiera, y pues, de ser así, definitivamente sería su última cena. He pensado en los grandes bocados que han formado parte de mi vida: una docena de ostiones, la mantequilla de Hokitika, una terrina de foie gras, una secuencia de yakitori en Kioto, un servicio de caviar en Moscú, el rodaballo de Elkano, un taco de carnitas de la Central, un mamey en su punto, aquel vino de los que ya no hay… para al final concluir, al más puro estilo de Orson Welles, que, antes de estirar la pata, con lo que yo me quedaría serían unas enchiladas verdes como las que hacía mi mamá.

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