En el aeropuerto, diferentes puntos de la Roma y la colonia Tránsito… platicamos con algunos testigos del temblor en estas zonas. Aquí te contamos cómo lo vivieron.

Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México

Los vidrios crujen, las paredes truenan. En medio del pánico alguien dice: «No vuelvo a viajar a la ciudad en 19 de septiembre: el día está maldito». Estamos en la Terminal 2 del Aeropuerto de la Ciudad de México y el personal de seguridad no para de gritar: «¡avancen!, ¡rápido!, ¡la zona no es segura!, ¡no se detengan!, ¡faltan muchos por salir, no estorben!».

En efecto: la zona no es segura. Son las 13:15 de la tarde y un temblor de 7.1 grados acaba de sacudir la tierra. En la planta baja de la terminal, personas de distintas nacionalidades se aferran a las columnas blancas, musitando Ave Marías y Padres Nuestros.

Los daños en el exterior son notorios: un hueco ha partido en dos un buen tramo del suelo. Una señora se lamenta por su tobillo lesionado, recostada en el pasto; algunos ancianos en sillas de ruedas luchan por avanzar entre la marea de gente. Hay vidrios rotos esparcidos por todos lados, pedazos del techo regados por todo el asfalto, gritas en las paredes.  “Nunca había sentido un temblor”, “no sabía ni qué hacer”, “¿y ahora qué?” se escuchaba en diferentes idiomas y acentos del español. Muchos otros lloraban

Con Protección Civil y los bomberos también llega el olor a gas. La orden es clara: no fumar, abandonar de inmediato el aeropuerto. No han pasado ni quince minutos desde el sismo y el acceso a las instalaciones ya ha sido restringido,  180 vuelos ya han sido afectados, retrasados, cancelados.

«Se debe revisar la pista, contacte a su aerolínea mañana».

Antela desorientación de la gente, el aeropuerto responde con taxis grupales gratis. Las personas lo abordan, cargan sus maletas en la cajuela a toda prisa y se apresuran a salir hacia una ciudad que, de nuevo, 32 años después, parece de nuevo en ruinas.

Salamanca y Puebla

Roma Norte

¿Cómo llego a la zona colapsada? ¿Dónde se necesita ayuda? ¿Cuál es el centro de acopio más cercano? La gente pregunta y la gente responde. Parece un milagro. Sin luz, sin internet, sin Google Maps todo parece conectado por una red que nos conecta ante el desastre.

«Uy, señorita, ni vaya, dicen que se siguen cayendo edificios. No, aquí en Bucareli no. Allá por Salamanca, ahí sí está feo», advierte [¿quién te advierte? Describe al hombre].

Salamanca esquina con Puebla es la primera referencia. Lo que antes eran las instalaciones de los laboratorios Cencon, ahora es una gigantesca montaña de escombros, desde donde emergen gritos de auxilio.

Son las cinco de la tarde y caminar por Avenida de los Insurgentes implica esquivar los vidrios rotos, los pedazos de metal que botaron de alguna puerta o ventana caída, las grietas que cruzan el asfalto. Entre automóviles, camionetas de la Marina, vehículos de Protección Civil y ambulancias, el tráfico es algo imposible.

A partir de este punto, la ciudad entera parece haberse caído como una hilera de fichas de dominó. Sonora, Puebla, Medellín, Álvaro Obregón, Insurgentes, México. Lo que antes eran calles y avenidas hoy son zonas de desastre. Edificios residenciales desmoronados. Oficinas acordonadas por esos listones amarillos que advierten sobre un posible colapso. En muchas partes sólo quedan escombros, pedazos de ciudad.

Álvaro Obregón

Colonia Roma Norte

«Yo estaba en la azotea que es dónde trabajo. El edificio de al lado cayó encima de mi taller», cuenta una joven, todavía asustada, sobre la calle Álvaro Obregón, en la colonia Roma Norte. Se refiere al edificio que estaba ubicado en el número 286. «Salí corriendo: vi cómo se movía todo, me abracé de mi costurera y nos quedamos ahí… viendo cómo se derrumbada. El edificio tiene seis pisos, sólo se salvaron dos. Lo demás se desplomaron, según esto que ahí trabajan como 200 personas y creo que han rescatado nada más a 30».

Ahora todos tienen mascarillas azules. Los elementos de la Marina se cuentan por decenas. El polvo hace que respirar sea difícil, sin contar con el olor a gas que apenas ha sido disuelto. Los elementos de Protección Civil colocan a los heridos en el camellón, los paramédicos corren de un lado al otro, el zumbido de los walkie-talkies no deja de sonar. Los rescatistas piden cascos, material de curación, guantes. Una ferretería del barrio comienza a donar equipo para auxiliar en los rescates.

En las redes sociales comienzan a circular las fotos de las personas que aún se encuentran atrapadas entre los escombros, así como los nombres de las que ya han sido rescatadas.

San Luis Potosí e Insurgentes

Colonia Roma Norte

Ricardo Pérez grita sobre la esquina de Insurgentes y San Luis Potosí que urge agua. Tanto para los rescatados como para los rescatistas. No importa si la botella es nueva o si está abierta. No importa. De pronto, entre la multitud, reconoce a una amiga: «güey, esto no es nada –le dice mientras la abraza–, yo estaba por la escuela».

La ausencia de internet y de luz eléctrica ha hecho que todos vuelvan a apreciar las radios de baterías. Así es como la mayoría se ha enterado del derrumbe de la escuela Enrique Rebsámen, en la colonia Coapa. Son las seis de la tarde y ya todos están enterados.

«Iba saliendo de la escuela y se cayó –narra Ricardo–. Había niños dentro. Las mamás estaban llorando. Los niños estaban llorando. Se escuchaba. Todo», hace una pausa y después se disculpa. «No sé cómo manejar esto. No sé ni qué decirte. No hay palabras».

El rostro de Ricardo queda inmóvil, sin expresión. “Ya nos vamos”, se escucha a lo lejos. Son los civiles que ayudan a los rescatistas. Van a transportar el agua recolectada a uno de los cuatro edificios que quedaron derrumbados, sólo sobre la calle de Medellín.

Chimalpopoca

Colonia Tránsito

Una maquinaria humana. En las instalaciones del Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas de la Colonia Obrera, hay unas doscientas personas reunidas. Algunas traen palas, picos, cubetas, cascos. Estudiantes de medicina llegan en bandadas de motocicletas. El personal de protección civil, enfundado en sus chalecos fluorescentes, recoge y resguarda decenas y decenas de bolsas de víveres y paquetes de agua embotellada. Una señorita, con una hoja de papel en la mano, intenta decirles a todos que es suficiente, que por hoy no se requiere más ayuda, que regresen mañana miércoles, a las cinco de la mañana, para anotarse en las brigadas de rescate.

«¿Cómo que ya no necesitan ayuda?», se queja un muchacho, albañil, de 22 años, fornido, con la pala en su mano. «Pero si dicen que hay 100 personas atrapadas en los escombros».

Ha oscurecido. Son las nueve o las diez de la noche en la colonia Tránsito, a unas cuadras de la Obrera. Una fábrica textil se derrumbó durante el temblor, con todo su personal dentro. Había una primaria a un costado de la fábrica. Pero es verdad: en la esquina de Chimalpopoca hay alrededor de 800 personas, quizá más. Todas esperando su turno de ayudar, formando cadenas humanas para pasar de mano en mano las cubetas llenas de escombros

Enjambres de boy-scouts, militares, policías, amas de casa esperando su turno. Alguien anuncia que ofrecerá su casa como albergue provisional. Otro más ofrece su carro hacia Tlaltelolco. Una voz a lo lejos pide baterías para las lámparas. Y la maquinaria suda y transpira, entre el polvo y el miedo, los ojos abiertos, dispuestos a mantenerse en vela toda la noche.

«Hasta ahorita se han rescatado ocho personas, creo que ya nueve. Pero nosotros no sabemos si están vivos o muertos», dice uno de los granaderos que acordonan la zona de desastre. «Ojalá y ahora sean diez», le responde otro uniformado al escuchar los aplausos a lo lejos.