Pasan su vida entre el crimen y la inseguridad, entre cuerpos en el asfalto y policías que quieren algo a cambio de información. Son reporteras de
seguridad y justicia de los diarios chilangos.

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Un muertito

Por Alma Rodríguez Soto

Yadira trabaja desde hace casi 10 años como reportera de nota roja en El Gráfico, uno de los diarios más vendidos de la Ciudad de México. Una de sus estrategias para obtener información en una situación trágica es acercarse a la gente con el móvil en mano y ofrecerles su ayuda: “¿Quieres hablarle a algún familiar? Te presto mi teléfono para que te comuniques con ellos”. Así se “camufl a” entre familiares y vecinos para conseguir datos de las víctimas, como nombre, edad, ocupación, pero principalmente, sus historias. Desde que tenía nueve años, Yadira visitaba los ministerios públicos. Su padre trabajaba ahí como perito. «La primera vez que vi un muerto fue hasta cierto punto normal, pues accidente que había, accidente adonde se paraba mi papá para ver en qué podía ayudar. Y así era su vida. Creo que de ahí me llamó mucho la atención este mundo», dice.

Empezó en el periodismo como auxiliar en el diario Milenio y, luego, sin dudarlo, pasó a la sección de Justicia. Aquí cubrió casos muy sonados, como el enfrentamiento entre policías y pobladores del municipio de San Salvador Atenco, Estado de México, en mayo de 2006. Para ella, la nota roja no es amarillismo ni morbo. Cuando investiga sobre un “asunto” percibe cómo era la vida de la víctima, su entorno, sobre todo cuando se trata de un homicidio por “ajuste de cuentas”, ya que, dice, detrás de la tristeza que deja un familiar muerto, está la forma en cómo vivía y cómo fue su educación. Sin embargo, los familiares de las víctimas pueden ser un obstáculo.

«Hay casos en que llegamos y más tardas en bajarte de la moto que en irte, porque muchas veces la familia es muy agresiva y no quiere que estés ahí», cuenta Yadira. Así que para sacar buenas historias deben ganarse la confi anza dela familia, luego obtener la versión de los testigos y, por último, la de los policías. «En muchos casos ni acerco la libreta, memorizo lo que cuentan y luego anoto. Nunca quieren hablar con reporteros, es muy raro quien se acerca y te quiere contar. Es mejor hacerte pasar por una chismosa». Para esta joven de treintaitantos y con un hijo de nueve, las caídas de la moto son lo de menos, «con una visita al hospital se curan», dice como si cualquier cosa. Lo verdaderamente difícil es cuando está cubriendo una nota y los hechos se salen de control.

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