Si alguien osa decir la palabra con “V”, que hace alusión a las partes privadas de los hombres, muchas personas se sonrojan. Y ni hablar del grito que se popularizó durante los partidos de fútbol en el Mundial: se convirtió en una hecatombe, y todo por las groserías.

Consultamos con la doctora Laura Hernández Martínez al respecto, profesora-investigadora en la línea de Lingüística del Departamento de Filosofía de la UAM-Iztapalapa. Su tema de investigación es el de los discursos marginales, aquello que está proscrito en el lenguaje, lo que no se puede decir.

Uno de sus últimos trabajos ha sido “El origen del chingar mexicano: un debate abierto”, publicado en la Universidad Masarik en Brno, República Checa, donde plantea que nuestra palabra emblemática es una fusión del chingar del caló gitano, que significaba “fornicar” y del tzinco nahua, que significa “en el culo”.

Lo principal es diferenciar entre insultos y groserías. Por ejemplo, los insultos son situacionales, es decir, no es lo mismo que alguien se autonombre “chilango” a que alguien diga: “haz patria y acaba con un chilango”. Ambas hacen referencia a lo mismo, pero no significan igual, por el contexto.

Por su parte, están las groserías ligadas a temas tabú, como por ejemplo, la sexualidad, los genitales. No se pueden decir sin que haya una respuesta. Se utilizan para expresar emociones, pero hay muchas coerciones para no usarlas. “Esto pasa porque caen en un juicio sobre lo que es políticamente correcto, como si hubiera un problema moral con ello”.

Ninguna palabra es mala

El significado depende del contexto. “El lenguaje es una propiedad nuestra y las palabras no tienen vida propia”.

Ahora bien, les compartimos el análisis de algunas palabras que nos comentó la doctora Hernández:

Puerco, simio, cualquier palabra que haga alusión a un animal: esto se dice porque se busca acusar al otro de que no es inteligente. Lo más cercano a esto es compararlo con un animal.

Puta: cuentan que a Catalina la Grande se le conocía como la Puta entre los rusos, pues dicen que tenía encuentros con varios hombres. Cuando ella se enteró del apodo que tenía, prohibió que se dijera esta palabra. Con la Perestroika, cuando la gente salía a la calle a protestar, gritaban esta misma palabra como un reclamo por la libertad de expresión. Se convirtió en un símbolo de la opresión de los pueblos.

Culero: es una palabra homofóbica que hace alusión al pasivo. Referente a esta cuestión, Octavio Paz habla de una mitología del cuerpo. El que está abierto es el débil y el que penetra, el fuerte. Esto hace que culturalmente las mujeres sean consideradas como el sexo débil.

Gata: antiguamente se refería a las personas del servicio doméstico con este nombre. ¿Por qué? Porque vivían en los cuartos de las azoteas y ahí tenían relaciones, como los gatos que se suben a las azoteas.

¿Por qué se han satanizado las groserías?

Muchas de estas palabras fueron utilizadas únicamente por los hombres anteriormente, ya que en la cultura mexicana sólo ellos estaban autorizados para insultar y hablar con groserías. Por tal motivo, muchas hacen referencia a cuestiones homofóbicas, del macho que domina.

“Los jóvenes las usan más porque es una manera de expresar emociones. Por ejemplo, cuando alguien quiere decir que una persona es admirable en lo que hace, dice ‘eres un chingón’. No necesariamente hace referencia a algo negativo”.

Las palabras en sí mismas no son malas. La vida de las palabras tiene que ver con la vida de las personas. Cuando se consideran un insulto es la situación la que es criticada, es decir, si es para discriminar de forma directa u ofender a alguien.

Si fueran tan “malas”, ¿por qué no se han eliminado del lenguaje? Nos cuestionó la doctora Hernández.

¿Ustedes qué groserías dicen a diario?