Violeta Sánchez es perito y traductora de náhuatl. Gracias a ella, quienes hablen lenguas indígenas pueden defenderse en un proceso judicial

Ser acusada de un delito que no cometió fue su punto de partida. Pasó 7 años, 6 meses y 16 días en prisión y, en lugar de vivirlo como una cárcel, en el sentido de estar imposibilitada de aspiraciones, para Violeta Sánchez fue una motivación.

En ese tiempo aprendió español, estudió sobre los derechos indígenas y se preparó física y emocionalmente. Hoy es miembro de la Red de Intérpretes y Traductores en Lenguas Indígenas Nacionales y les presta voz a los hablantes de náhuatl que se encuentran en una situación adversa, ya que la lengua es una enorme barrera cuando se trata de atravesar un proceso jurídico.

Violeta Sánchez fue detenida en 2000, con un hijo de tres años, embarazada de ocho meses y sin hablar una palabra de español. Fue culpada injustamente de un delito de alto impacto: secuestro. El crimen lo cometió su entonces pareja, en contubernio con su amante. Fueron ellos quienes, al verse sorprendidos, la señalaron como cómplice.

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«Seis años después de haber sido detenida, supe que el padre de mis hijos confesó y le dieron la opción de cumplir 43 años o repartir la pena entre él, su amante y yo. Eligió repartirnos 15 años a cada uno. No pensó en sus hijos ni le importó que yo no estuviera enterada del delito… fue ahí cuando entendí que tenía que salir», cuenta.

Ser mujer, indígena y presunta culpable de un delito la puso en una estadística que no se documenta, pero existe: ser acusada de un crimen cometido por un hombre miembro de su círculo familiar.

Lenguas indígenas

Foto: Lulú Urdapilleta

«Te puedo decir que el 80% de (las mujeres) con quienes compartí celda estaban injustamente acusadas. Unas robaron un pan, tortillas, leche o atún para sus hijos, y otras fueron arrastradas por los delitos que cometieron sus maridos, novios o hermanos», explica.

En prisión es común que las mujeres sufran depresión, señala, pero el encierro no es tan grave como sentir abandono y soledad: los centros femeniles se caracterizan por escasas visitas, olvido y rechazo familiar hacia las presas.

«Es un lugar que no se le desea ni a tu peor enemigo», sentencia Violeta, quien recibía visitas cada dos años, siempre y cuando trabajara y mandara dinero para que su familia se trasladara. «Ahora imagínate si hablas alguna de las lenguas indígenas en vez de español, si no puedes pedir agua o decir que te duele algo. En mis primeros 15 días, una compañera me enseñó unas 20 palabras y desde ahí me dediqué a estudiar con profundidad el lenguaje. Junté más de 200 diplomas de mis estudios porque, aunque no merecía estar ahí, decidí explotar ese lugar al máximo», asegura. En el fondo sabía que ese era el primer paso para salir libre.

Lenguas indígenas: ¿quién les da voz?

Violeta Sánchez recibió el beneficio de la preliberación y desde el 16 de agosto de 2007 ha cumplido con una nota que pegó en la pared de su estancia en el Reclusorio de Santa Martha: «Hermanas, lamento decirles que ha llegado el momento de mi partida. Me voy y no les digo adiós, sino que vuelvo por ustedes».

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Hoy es perito, traductora en náhuatl y ha vuelto para prestar su voz y transmitir de forma viva las palabras y emociones de quien lo necesita. Es un vínculo que posibilita la comunicación, la impartición de justicia y el acceso a los derechos humanos.

«Al tomar un caso tenemos que dominar su lengua; de lo contrario, no servimos como peritos intérpretes, porque debemos hablar con claridad, fidelidad y transparencia. También trabajamos con la ética, sin dejarse vender porque en muchos casos las personas no saben de qué los acusan o cómo va su caso, y nuestra labor es vincular con el abogado y con los jueces al llevarse un proceso», explica.

Entre las dificultades que ha enfrentado están abogados que la intentaron sobornar para no pelear por un caso, jueces que discriminan a las personas por su origen indígena o por no poder comunicarse en español y el desconocimiento de las leyes de Derecho Lingüístico, de No Discriminación y de una Vida Libre de Violencia.

Para la traductora hace falta sensibilización institucional pues, además de la justicia, la salud es otro ámbito de riesgo para la calidad de vida de quienes hablan lenguas indígenas: durante una emergencia, tiene que comunicarse a través de señas y, cuando la interpretación es incorrecta, los diagnósticos fallan.

Hay que recordar que en la CDMX se hablan 55 de las 68 lenguas indígenas registradas a nivel nacional, siendo el náhuatl la más común. Alrededor de 785 mil personas se autodenominan indígenas solo en la capital.

En la práctica, Violeta Sánchez se ha encontrado con la falta de confianza, como en el caso de un grupo de nueve indígenas preliberados en 2016. Ellos fueron detenidos en 2000 y sentenciados a 35 años, «cuando llegué me dijeron: ‘ya para qué hacemos algo’, no tenían confianza porque nunca tuvieron una asesoría. Al final, se pudieron defender y hoy ya están con sus familias», cuenta.

Para la traductora, ser indígena es un orgullo y la prisión fue el punto de partida de esta travesía como intérprete. Confiesa que, de no haber pasado por todo eso, seguiría sin hablar español, sin saber leer ni escribir, continuaría en una relación violenta y sin poder ayudar a su gente.

«Tengo un poema llamado Bendita cárcel, porque, pese a todo, ahí aprendí. Fueron momentos que se quedaron marcados, que duelen, pero que demuestran que después de toda tempestad, si tienes voluntad, encuentras la calma».

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