Chaca-chacaaán: se acerca la fecha con la que nos han bombardeado durante años. Sí, la del 21 de diciembre de 2012, día en que se va a acabar el mundo. Uuuh.

Algunos imaginan la fecha –que los mayas predijeron como el fin de una era– de una forma apocalíptica: con los cuatro jinetes, el Juicio Final, las visiones, y todo lo demás… Otros más, la ven de una forma más terrenal: con desastres naturales, hambre, cambio climático, guerras por territorios o religiones, más de 80 mil asesinatos a causa de una guerra contra el narco (achis… esperen…).

Pero quienes aseguraron que esto sucederá, muy probablemente no se han dado un volteón por nuestra capirucha. A continuación presentamos algunas similitudes con lo que nos han pintado sobre cómo será el fin del mundo:

1. ¿Guerras?

Por favor, con sólo incorporarse a los carriles centrales del Viaducto o de Periférico uno podría sentirse en una batalla campal. Entre saludos a nuestras H. Madres y camiones que te ametrallan con el claxon, al estilo de la Cucaracha o Tarzán, uno podría salir –fácil– conun tanque de esos verdes, y ni quien contara la diferencia. Y bueno, ni qué decir de los peatones, que sólo les falta lanzarse pecho a tierra en sus frentes para poder cruzar de esquina a esquina. Con casco, coderas, rodilleras y el resto del arsenal incluidos.

2. Sobrepoblación

Aquel que no se ha subido al metro Balderas a las 7 de la mañana (o de la noche), no sabe lo que significa el término sobrepoblación. Y cualquier otra interpretación son meras especulaciones. Primero: entrar, ese heróico acto de pasar del andén al vagón, de encontrar un tubo para no rajarte la “eme” en un repentino enfrenón del conductor y de mantener alejadas las manos de curiosos ‘investigadores’ que quieren saber qué tienes adentro de tu bolso o qué hay debajo de tu espalda…

3. Sirenas, gritos

Basta con abrir la ventana de tu departamento, así de simple. Desde una sinfonía de cláxones hasta cánticos (que van desde apologías a las delicias mexicanas como ‘lleve sus ricos tamales oaxaqueños’ hasta intercambios capitalistas como ‘se compran colchones, refrigeradores, estufas, lavadores o algo de fierros viejos que venda’). Estamos más que acostumbrados. Nos la pelan, pues.

4. Desastres naturales

No, bueno, para esto nos pintamos solos. Sólo hay que recordar la gripe porcina del 2009, con cubrebocas y psicosis de contagio incluidas. Llegar a comer a un restaurante significaba que eras un osado y ni qué decir si pedías carne de cerdo. Un mártir. Ahí se instituyó la onda de cargar con el gel para las manos, claro que hoy en día todos lo usamos para prevenir cualquier sustito (no vaya a ser siendo). ¿Y qué tal los sustitos que nos ha metido ‘don Goyo’ Popocatépetl? ¿Las inundaciones? ¿Los temblores? ¿Las crisis económicas? ¡Ah, canijo!

5. Saqueos

Pfff… ¿Les suenan los pasados saqueos que hubo en Tepito? Gente que se avalanzaba a los coches para dejarlos prácticamente en ‘paños menores’, óigame, no hay derecho. A esto también le hemos entrado. Y salido avantes.

6. Hambre

A ver, vayan al súper. Intenten comprar joyitas como tomate. O huevo. Y ni qué decir del pollo y de la carne, a estas alturas ser vegetariano ya no es una moda.

Bueno, bueno, pero no todo es malo. Celebremos que el fin de mundo está leeeejos y que todos estos detalles, aunque no son la onda, no han logrado opacar el amor que le tenemos a nuestra bella capital.

Y nunca lo harán.

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Si quieres saber más sobre las profecías mayas y el fin del mundo, lee lo que publicaQUO.