El table donde baila Andrea es bastante seguro: los privados se realizan en un rincón alejado del barullo de los clientes y vigilado por personal de seguridad, que cronometra el tiempo y vigila que las manos del cliente nunca vayan por debajo de la cintura de las chicas.

Aunque siempre hay quien se las ingenia para todo; «prostitución hay», dice Andrea. Eso depende de las mismas chicas que, para ganarse un extra, acceden a salir del local con el cliente. Un arreglo entre ambos. A nadie lo obligan a nada, sostiene.

A ella, al menos, no le sucedió: comenzó a bailar cuando las deudas la apretaron. Le llamó a su amiga para que la ayudara entrar y, aunque la primera vez se acobardó y no fue, cuando la situación económica ya no se pudo estirar más se dijo: “Chingue a su madre, me voy a meter a bailar”.

Desde entonces se gana en promedio dos mil pesos diarios, entre propinas, privados y la comisión por las copas que le invitan. Ella invierte ocho horas en el table, al que sólo va tres días a la semana a pesar de que podría ir diario.

Eso le permite llevar una rutina como la de cualquier otra persona. Se levanta como a las 10 de la mañana y se va al gimnasio que está a unas cuadras de su casa. Se sube a la caminadora o a la escaladora elíptica. Las pesas no le gustan ni le hacen falta para tornear su cuerpo; para ella es suficiente con la hora de cardio.

Andrea vive con su novio. Se conocieron precisamente en el club donde ella trabaja. Fue un día que no bailó; esperaba a sus amigas para irse a divertir.

«Por suerte nunca la he visto bailar. Como no tengo esa imagen, no me hago telarañas en la cabeza. No me quedo en casa pensando: “ahorita está bailando y esos putos la están viendo”», dice Vicente, su novio. De hecho, sólo su novio, su madre, su hermano y algunos amigos saben a qué se dedica.

–¿Te gusta bailar?

–Sí, lo que no me gusta es la degradación y la decadencia que hay. Cómo alguien puede ir a comprar la carne de otro ser humano. Es bastante triste, me deprime.

El resto del tiempo lo pasa buscando otro trabajo, aunque no lo ha encontrado. Por lo menos no uno que le dé el dinero que necesita para continuar con el tren de vida al que está acostumbrada.