Aunque actualmente existen muchos recorridos y experiencias alrededor del vino mexicano, en los años 1980 era un sector poco explorado. Entonces solo los grandes de la industria dedicaban espacios para crear vinos, pero no volcaban grandes esfuerzos en esto.

Para Hugo D’Acosta, esto se volvió una oportunidad. “Había libertad y me di cuenta de que a través del vino se podían promover los productos de una zona”, nos explica el enólogo.

Él y otros nuevos productores comenzaron a trabajar la tierra, lo que resultó en una primera generación de apasionadxs creadorxs de vino.

En los años 2000 la fama del vino en México creció: pequeñxs productorxs comercializaron sus propios vinos, lo que le dio diversidad a la industria en Baja California y generó una mejor propuesta enoturística.

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Sin embargo, considera que se tiende a exagerar mucho cuando una zona comienza a tener auge, ya que se explota el sitio. “Hay una presión en el valor inmobiliario y, por lo tanto, un deterioro de la agricultura”, apunta Hugo D’Acosta.

Aunado a esto, la situación climatológica tampoco ha sido de mucha ayuda. En el caso del enólogo y su familia, tras más de 20 años, la uva con la que producían los vinos de Casa de Piedra —fundada a finales de los 90— comenzó a dar señales de que necesitaba jubilarse: una llamada de atención inusual.

“Lo que ha pasado climáticamente nos obligó a cambiar el viñedo: arrancarlo y volver a replantar otra uva. Y ese acto nos lleva a cuestionarnos si la viticultura que estamos haciendo va a ser sostenible en el tiempo”, reflexiona el enólogo.

En cuanto al futuro del vino mexicano, D’Acosta ve una viticultura con buenas propuestas, nuevxs productorxs y opciones para fans del vino, a quienes invita a apoyar consumiendo el que está hecho en México, que tiene en la juventud a su principal diferenciador.

Además, contamos con gran cantidad de apasionadxs productorxs de primera generación, quienes están empeñadxs en que el vino sepa al sitio de donde es y no en responder a una demanda de mercado.

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