Vida y muerte siempre han tenido un lugar importante en la civilización, ambos eventos han estado marcados por diversos ritos, sin embargo, el culto a la muerte en Mesoamérica era muy distinto al practicado en España y el encuentro entre ambas percepciones sería motivo de choque entre ambas culturas, pero también daría lugar a la celebración que hoy conocemos como Día de Muertos.

El origen del Día de Muertos

De acuerdo con el académico de la Coordinación de Humanidades y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Itzá Eudave Eusebio, para los mexicas la vida y la muerte era dual, una no puede existir sin la otra y por lo tanto, la muerte no era de ninguna manera el fin. Se trata de otra forma seguir presente, aunque no sea en el mismo cuerpo; simplemente se trataba de finalizar un ciclo para comenzar otro, trascendía en tiempo y forma.

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Por lo tanto, a diferencia de la visión colonial, la muerte en la época prehispánica no constituía una tragedia, por ello realizaban entre julio y agosto el Micailhuitl, también el Huey Micailhuitl. Estas eran festividades para niños y adultos, respectivamente, que preceden al festejo actual y cuyo significado es: “el tiempo de celebrar a los muertos” o “fiesta de los muertos”.

En ese periodo se ofrendaban mazorcas, bebidas, flores, frutos y encendían fuego para guiar a los dioses, quienes residían con los difuntos.

Es curioso, en esos días las celebraciones a los muertos duraban cuarenta días, actualmente muchos comercios y mucha gente celebran el día de muertos durante todo o el mes o un poco más.

Choque cultural y sincretismo

Con la llegada de los invasores, el culto a la muerte se transformó. Primero fue prohibido durante la época colonial, pues se consideraba idolatría y se trató de borrar todo rastro del culto a la muerte.

Sin embargo, tiempo después se retomaron diversos elementos del mundo Mesoamericano, estos se fusionaron con aspectos de la religión católica y el resultado, es que celebramos una reinterpretación que además tiene variaciones en todo el país.

El pan de muerto

A partir de ese choque cultural y su eventual reconciliación, comenzaron las primeras celebraciones. Para empezar, el pan que saboreamos actualmente conserva, al igual que el pozole, rastros de la historia, más precisamente, de los sacrificios que realizaban los aztecas para complacer a los dioses.

Ellos arrancaban el corazón de una doncella, este era colocado en una vasija llena de amaranto, quien oficiaba la ceremonia comía una parte del corazón. Con la sangre derramada se hacía una especie de pan usando el amaranto molido y tostado. En la colonia tampoco se llamaba pan de muerto y de hecho su primera forma fue de corazón, el cual iba espolvoreado con azúcar teñida de rojo.

Aunque no se contaba con desfile ni mega ofrenda o altares por toda la ciudad, la estructura de las ofrendas eran bastante similares, con la flor de Cempasúchil como guía para los fallecidos y la mezcla de deidades católicas y prehispánicas en el altar, también hay fuego, cacao y copal. 

El Día de Muertos: una oportunidad de reunirnos

Aunque la visión religiosa es muy distinta, convive con la idea del Mictlán, o Xibalbá para los mayas, es decir el inframundo. Durante el festejo de día muertos vivimos algo totalmente contrario a la creencia católica: los muertos vuelven y existe la posibilidad de convivir con ellos.

Durante esta reunión se les ofrece todo lo que les gustaba en vida: todo tipo de comida, bebida y hasta aficiones como libros o juguetes en el caso de niños.

Así celebramos ahora el Día de Muertos

Actualmente, la tradición se mantiene prácticamente de la misma forma, quizá el cambio más significativo sea el del pan, que de corazón, pasó a ser un cuerpo completo con canillas que representan los huesos y un circulo que simboliza el cráneo, fuera de ello sin importar la clase social, ni el tipo de vida que se haya llevado, la ofrenda tiene la misma importancia y significado.

La celebración de Día de Muertos es una oportunidad de recordar a nuestros muertos, y si bien no podemos verlos, podemos sentirlos, acompañarlos y hacerles saber que su recuerdo está presente en nuestras vidas, mediante fotos, memorias y hasta olores.

Todo eso demuestra que los aztecas y su visión de la muerte permanece: quienes ya cumplieron su ciclo en este plano, han iniciado otro, uno que les permite volver a encontrarnos cada año.