Este año se ha hablado mucho sobre la llegada de extranjeros y su efecto, sin embargo, esta no es la primera vez que grupos de gente, especialmente de Estados Unidos, se instalan en la CDMX, pues en 1950 tuvimos a los beatniks.

La Generación Beat llegó a México y –cosa curiosa– también se instaló en la colonia Roma, varios puntos de ella fueron definitivos para este grupo, pero no fueron los únicos, pues atravesaron la ciudad a contracorriente de todo y dejaron huellas de las que aún podemos encontrar vestigios en la ciudad.

Los beatniks y su huella en la CDMX

William S. Burroughs llegó a José Alvarado 37, antes Cerrada Medellín con su esposa e hijos para evadir los cargos de posesión de drogas que lo perseguían en su país. Jack Kerouac y Neil Cassady pasaron por ahí en 1950. De hecho, el mismo Cassady es el personaje Dean Moriarity en la novela En el camino de Kerouac, que también escribió el poema Cerrada de Medellín Blues inspirado en este punto de la ciudad. 

Posteriormente, el llamado “Gurú de de la Generación Beat” se instaló en Orizaba 210, pues en México había encontrado –en sus propias palabras–  “un lugar barato para vivir, con una gran colonia extranjera, fabulosos prostíbulos y restaurantes, peleas de gallos y corridas de toros, y todas las diversiones imaginables”, todo ello por dos dólares al día.  

Kerouac también estuvo ahí en 1955, el resultado de esas travesías llenas de alcohol y otras drogas fue Mexico City Blues obra incluida dentro de lo que se conoce como “poesía jazz” y que sería clave para el género.

Perdidos en la escritura, las calles y las drogas

Las andanzas de los beatniks en la CDMX se extendieron a la Plaza Luis Cabrera que fue punto de reunión para amigos, seguidores y escritores Beat. Su bello paisaje la hizo ideal para quedarse ahí platicando, pero sobre todo, para probar varias sustancias como tabaco, marihuana, alcohol, heroína y uno que otro botón de peyote.

Kerouac vagó por la plaza empapado por la lluvia y drogado con morfina. De ese momento surgió “Tristessa”, pieza en la que describió a la plaza como “una magnífica fuente y piscina en un parque verde en una vuelta en O redonda en forma residencial espléndida de piedra y vidrio y viejas rejas y majestades encantadoras”.

Durante su paso por la ciudad Kerouac también caminó por La Lagunilla y Garibaldi, donde en su andar vio a los mariachis ganándose la vida y a ebrios que habitaban la noche, para terminar en la Roma después de atravesar San Juan de Letrán y Eje Central reventando de alcohol y morfina.

Otra parada obligada era la cantina Tío Pepe, cuya historia también da para un libro, no solo ha persistido en el tiempo y las gargantas de la ciudad, también fue fundamental para este grupo de escritores, especialmente para Burroughs quien la menciona en su novela Yonqui.

Se acaba la fiesta

El seis de septiembre de 1951, Burroughs estaba en el departamento 10 de Monterrey 122, casa de John Healy, y tras horas de música y alcohol, William colocó una copa en la cabeza a su esposa Joan Vollmer, para después disparar y fallar, quitándole la vida a Joan. Dijo que sin matar no se habría vuelto escritor y el sitio se volvió parte de la leyenda beatnik. Al lugar aún llegan gringos, estudiantes de literatura y hasta hay paseos guiados.

En la planta baja del edificio estaba el Bounty Bar donde autores y amigos se juntaban a beber, ahora el lugar es la cantina Krikas, así que sigue siendo referencia para bebedores empedernidos.

La fiesta jamás dura mucho no importa cuanto tratemos de extenderla, a los beat les pasó lo mismo, la adicción y las consecuencias de sus actos los alcanzaron especialmente a Burroughs, cuyo último destino en la ciudad de México fue el Palacio de Lecumberri. Acusado de homicidio culposo fue declarado culpable, salió libre 13 días después y es que como afirma en Queer, “Todos los funcionarios eran corruptibles”.

A mediados de 1952, el escritor se va de México, pasó un tiempo en América del Sur, donde surgirían Las cartas de la Ayahuasca, después viajó a Marruecos y escribió Yonqui. La Generación Beat se vio rebasada por la cultura hippie con la que le unían el ansía de libertad y el uso de sustancias, pero –al igual que su literatura– su paso por la ciudad ha sido imborrable.