La información está ahí: independientemente del peligro que representa manejar con unas copas encima, nadie se salva. Podrás tener herramientas que te avisen dónde están los alcoholímetros, podrás sentirte invencible y el único ente del Distrito Federal que no va a agarrar la policía. Lamento tronarte la burbuja pero no es así, es imposible ir en contra de la ley cuando se trata de discutir cuántas copitas te tomaste. Aguas.

Era jueves…

Un jueves por la tarde Jimena había ido a casa de unas amigas a ver una película, las palomitas fueron el maridaje ideal para unas cuantas cervezas y con la noche apenas empezando, todo pintaba para ser un jueves de fiesta no muy atascada pero sí muy divertida. Cuando terminó la sesión de cine salieron a una fiesta en el norte de la ciudad y alrededor de la 1:25 de la mañana se subieron las tres amigas al auto para ya irse a dormir y como el conteo de copas de la responsable del auto eran sólo un par de chelas y un whisky, el aventón estaba a la orden del día. A una cuadra de llegar al destino de regreso, se apareció cual acto de magia un alcoholímetro plagado con patrullas, ambulancias y la fila temerosa de automóviles a punto de entrar a la inspección del terror.

Manejo perfecto mi copita…

Jimena avanzó con la confianza de ‘vengo perfecto, tomé prácticamente nada’ y continuó avanzando hasta que se le acercó una doctora con la cara de enojo que ocasiona trabajar en la madrugada con chilangos borrachos y le pidió soplar en la boquilla. El aparato no marcó nada de entrada, le pidieron soplar otra vez y Jimena no pudo hacer uso de su derecho al cambio de boquilla, nadie la peló y tres veces se repitió esta situación hasta que comenzó a marcar puntaje el aparato: más de 4.0 era el resultado y ya no había salvación. Llegó el momento de hablar con el juez in situ y entre bromas clásicas de poli patrullero se empezó a llenar el informe burocrático. Jimena intentó explicar lo del cambio de la boquilla y no se pudo hacer nada al respecto, la próxima estación: el Torito.

La cárcel

Una vez en el lugar le quitaron todas sus cosas e inteligentemente, Jimena logró guardarse el celular dentro del pantalón, sí, en los calzones (ojo: esto no es muy recomendable, te puedes meter en graves problemas). La hicieron declarar durante horas y después la llevaron a las celdas, se encerró en la última y mandó una señal de vida de que estaba bien, después intentó dormir un poco. Unas cuantas horas después, los gritos de ‘cambio de turno, cambio de turno’ la despertaron y entendió que tenía que salir de su celda. Cuando la carcelera llegó hasta su lugar a contarla como a todas las demás detenidas, le preguntó que qué tenía en el pantalón, le sacó el teléfono y le gritoneó ‘ESTO ES TU CELULAR’. Jimena contestó un simple ‘no’, que provocó risas absolutas entre todas las presentes.

Ante la ira del comentario cínico, la carcelera le quitó el celular y amenazó con sacar su detector de celulares… una amenaza como cuando tus papás te decían que te iba a comer el coco si consideras que ni cámaras tienen adentro, y en teoría si te lo encuentran lo destruyen, esto también es falso.

El día le pasó muy lento a Jimena en la cárcel, no hay nada que hacer, les dan unas revistas de 1993, literal, y lo único que queda adentro es platicar cada quién qué onda con su vida. A Jimena le tocó una ex rea del Penal de Acatitla, antigua protectora de una ‘Viuda Negra’ (asesinas que se casaban, los mataban y cobraban el seguro), una realidad muy lejana a sus conocidos y amigos, prácticamente imposible de dimensionar. Dentro de la cárcel el cliché se hace realidad: la comida, prepotencia, holgazanería, caminatas en un patio al rayo del sol, la compra de tus nuevos amigos con cigarros, etc., no te la crees pero ahí está.

El amparo

Antes de terminar en la celda, Jimena había empezado a tramitar/comprar un amparo, desde adentro no se puede seguir el trámite y con una suerte impresionante, el suyo ya estaba listo justo a la hora de las visitas. Se asustó un poco porque nadie entraba a verla, pero se alegró al enterarse que ya le tocaba salir. Ya afuera la esperaban sus amigas quienes también habían sufrido el desvelo y el frío pero desde afuera y quienes hicieron todo lo posible por acelerar el trámite de una estancia carcelera breve y lo habían logrado…

Ya salí…

Unas cuantas horas en una cárcel te ayudan a entender que no eres invencible y no tienes el control cuando se trata de lidiar con la autoridad, si no lo haces por ahorrarte la pena y la mancha en el expediente, hazlo por cuidarte a ti y a tus amigos. No manejes en la noche, puede que seas un experto controlando tu borrachera pero al final del día la ley siempre te va a controlar a ti. Pide un taxi, frito.