Buenos Aires te quita el aire. En noviembre es verano y viajar a “la Argentina” simplemente funciona como el escape ideal del congelado defectuoso. La brisa y el bochorno caluroso pintan los evento por venir de pura sensualidad, y es que corrió el rumor que enfiestaría con una playmate. Imposible negarlo, aquí hay pura belleza, postresitos tan antojables que la bolsita para la baba es necesaria. Cae la noche y cenamos en el famosísimo Puerto Madero, conocido en todo el mundo por los deliciosos cortes de carne. Pedir para compartir es lo ideal, probamos un poquito de todo: queso fundido con chistorra, lomo, bife y vacío, manjares argentinos que no pudieron gozarse sin una copita de Las Moras, Malbec, el vino tinto argentino que se convirtió de inmediato en mi favorito. Para finalizar el ajetreado día, a beber una Guinness en el Pub cerca del hotel. Extraño recinto que finge cumplir con la idea de un pub pero que funciona como un bar-antro para pubertos calientes. De todas formas, se agradece beber una buena chela en tierras azules.