Su cadena compite con la del Sens como una de las más rudas del DF. El lugar tiene lo que esperas de un antro fresa: la gente afuera intentando hablar con alguno de los cadeneros, pero no son ellos los que deciden quién entra y quién no, sino unos tipos que están justo a la entrada mirando a todos de reojo.

Chavas guapas y superproducidas, y galanes que asisten con su outfit más ligador esperan en promedio 20 minutos para entrar. No es seguro que lo logren.

Una vez superado este ritual, los gentleman pagan 200 pesos de cóver. Ahora sí, estarás listo para descubrir la razón de tanto drama. La sofisticada iluminación y el espacio que consta de una pista rodeada de salitas crean un ambiente listo para la fiesta.

El lema “Molly Rocks” corona la enorme barra, sobre la cual se encuentra la cabina del DJ. Si quieres tener una mesa frente a la pista de baile, debes ser cliente frecuente o pedir una botella; si no cumples ninguno de estos “requisitos”, te ubicarán un nivel atrás.

Aquí sigue la onda de demostrar quién puede tener más privilegios: es bien visto quien saluda al gerente o los que se encuentran a sus amigos en alguna de las mesas VIP.

La música es comercial, escuchas pop del momento en inglés y electrónica. Después de la medianoche se pone mejor el ambiente. En la barra puedes pedir el trago de la casa, que lleva el mismo nombre del lugar y se prepara con jagger, raspberry, mango, arándano, refresco lima-limón y, como ornamento, un poco de kiwi.

Aunque el antro es para veinteañeros llegándole a los 30, es posible encontrarte a uno que otro adolescente colado. No es lugar para alternativos, más bien es el paraíso sureño para quienes se preocupan por su estatus.