Nadie se imaginaría que existe una pulquería en Santa Fe, una zona rodeada de grandes edificios y oficinas en las que a diario transitan miles de personas que van y vienen. Por esta razón, cuando conocí La Guadaña, me sorprendió el concepto de un restaurante–bar de pulques en uno de los estacionamientos del centro comercial Santa Fe.

El ambiente en La Guadaña es agradable, en ocasiones hay grupos de música en vivo o karaoke.  También tienen distintas promociones de tragos al 2 por 1 entre semana.  La comida de este lugar se basa en los antojitos mexicanos, la típica garnacha chilanga con un  toque especial. Podrás encontrar platillos como tacos de carnitas, panuchos, sopes de chapulines,  sopas mexicanas, tortas, quesadillas, cochinita pibil, tlacoyos y hasta tlayudas.

La variedad es  amplia (hay casi 50 platillos en su carta) y los precios son accesibles, desde los 55 hasta los 180  pesos por platillo.  Todo lo anterior se acompaña con las bebidas tradicionales de La Guadaña: El pulque, la cerveza y  el mezcal. El pulque lo sirven natural o curado de sabores en tazas de peltre de un cuarto de litro,  medio litro o un litro. Los sabores cambian de acuerdo a la temporada y la fruta disponible, a  veces podrás encontrar curados de horchata, de mango o de fresa, entre otros.

También hay cervezas (artesanales y de sabores), otros tragos con distintas bebidas alcohólicas  (tequila, ron, brandy y whisky, entre otras) y por supuesto el mezcal.

Si quieres vivir una experiencia gastronómica muy particular y tienes un paladar valiente, en La Guadaña podrás probar algo único y arriesgado que es una de las insignias de este lugar: El alacrán con mezcal.

Me aventuré a probarlo y pedí que me trajeran uno. El alacrán llegó a la mesa servido en un plato pequeño, sobre media rodaja de naranja con chile en polvo y un trozo de limón. Al verlo así comenzaba a sudar y a dudar si probarlo o no, pero ya estaba ahí y sabía que sería algo que tenía que hacer al menos una vez en la vida. Después de una larga plática para hacer tiempo mientras me preguntaba a qué sabría, cómo me lo iba a comer y si de verdad sería capaz de hacerlo, dejé de darle vueltas al asunto. Respiré, tomé valor y con un cuchillo le corté el aguijón al alacrán. Luego, lo tomé con los dedos de la colita, abrí la boca y lo metí de golpe. Empecé a masticarlo lento. No tenía ningún sabor que hubiera probado antes, en realidad sabía al mezcal en el que se había macerado.

El sabor en sí no era problema, lo que empezó a causarme curiosidad era la consistencia al masticarlo. Se sentía un poco duro, difícil de cortar con los dientes, como cuando muerdes una cascarita de una semilla que por más que masticas no se desbarata o te toca la rajita de canela en el arroz con leche, la sensación era parecida a morder un trozo de caña del ponche de frutas de navidad, solo que con sabor a mezcal.

Traté de no pensar ni imaginarme qué parte estaría mordiendo, ¿la colita? ¿las tenazas? ¿el cuerpo del alacrán? Al final era todo junto. Di un trago al mezcal y me lo pasé con eso. Luego una mordida a la naranja con chile y del alacrán no quedó nada. Me preguntaba ¿de dónde los traían? ¿será que hay un señor cazándolos en su estado salvaje? Luego pensaba en cuál era el alimento de los alacranes: otros insectos y sabrá Dios qué más.

Así que no me quedé con la duda y para mi alivio (y el suyo) estos alacranes provenientes de Durango son criados en cautiverio específicamente para estos fines gastronómicos, por lo que están muy limpios, fueron alimentados con comida especial y pasaron por un control de sanidad, lo cual los hace totalmente aptos para consumo humano.

Así que la próxima vez que quieras tener un nuevo récord o algo interesante qué responder cuando te pregunten ¿qué es lo más raro que has comido? no dudes en romper tu zona de confort y probar el alacrán de La Guadaña.

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