“Entre la danza y el son nace su hijo el danzón.”


A principios de mayo se reunieron en Veracruz la nada despreciable cantidad de 2000 personas, procedentes de todos los rincones de la república, para celebrar el Forum 2007 Danzones de Puerto. Al parecer el danzón tiene más vigencia de la que yo pensaba. Para empaparme un poco del tema me fui, no hasta Veracruz, si no a la calzada de Tlalpan, cambiando el portuario olor a brea por el inconfundible tufo del smog. En el número 1189 está desde 1954 el palacio del baile en México, o lo que es lo mismo el California Dancing Club, también conocido entre la concurrencia como “El Califas”. Pagamos la entrada, barata harbano, sólo $40.00, puerta franca para acercar los cuerpos al ritmo de la danzonera de José Casquera.

El lugar es inmenso, vulgares baldosas pulidas a fuerza de frotar suelas, columnas cuadradas forradas de falsos espejos, al fondo el escenario y un segundo piso casi vacío, un vacío de lunes. En este decorado, más decadente a la luz fría del neón, se mueven las parejas. El promedio de edad está entre los 45 y los 80, abuelos y abuelas, que animados por el infaltable piano y los timbales sienten su segundo, tercer y hasta cuarto aire. Aquí el que viene lo hace porque le gusta y sabe bailar, ni el alcohol es pretexto, no hay, para la sed agüita o refresco, al módico precio de $5.00. Me llaman la atención “los pachucos”, de traje, sombrero y zapato de tacón, pura elegancia y ¡qué bien bailan! al paso contenido del danzón veracruzano, menos guapachoso que su versión cubana. Ni que decir también del Don Johnson de la tercera edad: cabello decolorado, una sonrisa desnuda que muestra sólo las encías y su saco remangado; sin vacilación saca a bailar a la más guapa- una cincuentona de vestido corto y ajustado-para mostrarnos a todos cómo se hace. Inclinando la cabeza, en modesta reverencia, les muestro mi admiración.

Si hay un baile digno, ese es el danzón, la gravedad en el gesto, la sutileza y un prudente asomo de sensualidad, se revelan en la sencilla cadencia de sus pasos. En algún punto, entre compás y compás, en un 2x4 repetido, las parejas se detienen, la mayoría mirando hacia la tarima de los músicos, en ese momento el baile adquiere un aire de contradanza, en el que el varón sostiene con delicadeza la mano de su compañera, entonces la música vuelve y continúa el danzón.

El señor Alfredo lleva 38 años atendiendo las mesas y jamás ha bailado, pero me invita a observar los pasos: Usté nomás mire y aprenda señorita, luego ya que sepa algo puede decirle a alguno que la termine de enseñar. Tal vez lo haga.

Si se te antoja viajar en el tiempo, acordarte de tus abuelos, pasar una tarde abstemia o aprender a bailar danzón, te invitamos al California.

Tips: No hay estacionamiento ni valet parking, hay que dejar el carro en la calle. Los lunes ni viene viene hay, pero el metro Portales está MUY cerca.