Ligues, comparaciones y reclamos

Confesiones de un chef de Polanco

 
Por obvias razones no podemos revelar su identidad(Shutterstock )
Por Diana Féito Twitter:

Platicando con un chef de Polanco sobre términos de carne y clientes necios, nos vino a la mente descubrir las anécdotas de un cocinero de la zona. Así que se lo pedimos a tres de ellos, pero sólo dos accedieron —¿miedo?—.

Entre las quejas más comunes está la cocción de proteínas —llámense roja o blanca—: aquí no faltan los clientes que regresan platos porque su carne “tiene sangre” o los que son felices con una suela de zapato, —por lo cocida que está y hacen llorar al niño Dios—.

Pero vayamos a lo interesante: no es ningún secreto que los chefs son las nuevas estrellas y toda fama conlleva groupies. Por suerte, uno de los chefs —llamémosle “X”— con los que charlé tiene un pegue brutal. La cocina de su restaurante es abierta, lo que da oportunidad al cruce de miradas seductoras, y para X está perfecto si se trata de clientas jóvenes y guapas, pero no siempre es así: en ocasiones son señoras arriba de los 50 en busca de “clases de cocina particulares” o clientes del otro sexo...

Es aquí cuando entran las sorpresas, pues un comensal le envió un mensaje de texto a X bastante memorable: “Nadie se va a enterar, yo tengo novia y puedo ayudar a que tu restaurante crezca. Aunque sea una mam...”. Obviamente, el ligue no funcionó. Lástima, lord chicle-y-pega.

X es una persona que rara vez sale de la cocina, pero siempre está al pendiente de su entorno. En una ocasión se dio cuenta de que una pareja que buscaba usar los baños del restaurante como hotel, pero un mesero llegó a tiempo a interrumpir la pasión.

A X también le han tocado clientes que no quieran pagar, en especial recuerda el caso de un grupo de españoles celebrando un cumpleaños. Se les había permitido descorche de tres botellas, pero al llegar la cuenta comenzaron a reclamar por lo elevado del precio del resto de las bebidas y, antes de que la discusión se convirtiera en golpes, lograron convencerlos de que el consumo era justo y pagaron, no sin antes gritar que hablarían mal del restaurante con todos sus amigos —¡no, por favor!—.

Al segundo chef con el que platiqué —llamémosle “Z”— le ha pasado que un cliente compare su comida con la de "su sirvienta". La cual, en su opinión, cocina mejor que él. Para ser exactos, un pastel de elote. Z le respondió al comensal que con gusto se lo ponía para llevar para que “su muchacha” lo probara y éste no paró de reír. Pero si algo hizo enojar a Z, fue cuando le pidieron que pelara los camarones “secos” de un caldo de camarón... “No sé si lo hacen por malhoras o por distraídos".

Otra historia de Z fue cuando un cliente se dio cuenta que el personal estaba comiendo salchichas con chipotle y se negó a ordenar algo del menú. Él quería probarlas y no hubo poder humano que lo hiciera pedir otra cosa. Z terminó por servirle un plato y no se lo cobró.

En realidad, nos parece difícil creer que a los dos cocineros con los que platicamos no les hayan sucedido cosas más intensas, o tal vez estábamos en un error y la gente que visita Polanco sí se comporta dentro de un restaurante. A la siguiente mejor nos lanzamos a una cantina en el Centro.

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