La Ciudad de México es indiscutiblemente una de las capitales más potentes de Iberoamérica en lo que al teatro se refiere. Quizá sólo la supera la efervescencia de Buenos Aires, con su enorme movimiento de salas independientes que gozan de cierta protección del Estado, que (excepto en la gestión de Mauricio Macri) ha comprendido que incentivar la actividad teatral ayuda a restablecer el tejido social e incide en las industrias hotelera, restaurantera y turística y otras áreas de la economía.

En Colombia las salas independientes han mejorado el rostro de ciudades como Medellín, Cali y Bogotá y los teatristas han peleado a brazo partido para conseguir mejores condiciones para su labor, al grado de que en diciembre de 2011 consiguieron la aprobación de la Ley del Espectáculo Público de las Artes Escénicas, que ha contribuido a que se habiliten, se compren o construyan 127 espacios independientes en territorio colombiano.

La Ciudad de México aún no goza de leyes que amparen a las salas independientes, aunque justo ahora se está discutiendo y logrando, con la ayuda del José Alfonso Suárez del Real, secretario de Cultura, una exención o disminución al mínimo del Impuesto Sobre Espectáculos Públicos para favorecer sobre todo a las pequeñas salas que, por múltiples factores, no han podido florecer, ya sea por la falta de una organización interna y un “plan de negocios” o por la tenaz persecución que siguen ejerciendo los funcionarios de las alcaldías. La triste realidad es que en nuestra capital cosmopolita resulta más fácil abrir un antro que abrir una sala teatral independiente.

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Foros como El Bicho, Teatro NH, Traspatio Escénico, Casa Actum, El Círculo Teatral, El Quinto Piso, Luces de Bohemia y Shakespeare, por poner unos cuantos ejemplos, han sucumbido ante la maquinaria aplastante de las alcaldías (antes delegaciones): permisos, impuestos, nulo apoyo para poner señalización, etc. No tienen ningún apetito por dotar de bienes culturales a sus gobernados.

Líneas arriba mencioné el concepto del “plan de negocios”, que entre mis colegas es plenamente controversial. Por supuesto que editar libros, tener una compañía de danza o teatro y muchas otras actividades culturales nunca van a ser un negocio lucrativo, pero quienes están en eso de todas formas tienen que pensar en la diferencia de gastos e ingresos. Los resultados están entre el rojo y el cenizo de los números, sin duda. Algunos foros han abierto por el puro entusiasmo kamikaze sin calcular que el pago de una renta exorbitante habrá de ponerlos de rodillas porque ninguna taquilla será suficiente. Otros, entusiasmados por una beca de Fonca que imaginan eterna, actúan como si jamás fueran a llegar las vacas flacas.

La realidad económica de las salas independientes es que si no son protegidas por el Estado (en cualquiera de los tres niveles) tenderán a desaparecer, porque éste subsidia permanentemente el boleto de entrada de los ciudadanos. Los precios que el INBAL, el Centro Cultural Helénico, la UNAM o el Sistema de Teatros de la Secretaría de Cultura de la Ciudad ponen a sus taquillas son completamente subsidiados: de 30 a 200 pesos. En las salas independientes no es posible sostener semejantes precios porque es imposible que resulten autosustentables. Pero, por otra parte, ¿qué espectadores acudirán a ellas a un costo de 500 pesos o más?

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