No recuerdo un solo día de mi vida en el que no haya hablado. Nací alborotada, no sé si me entiendan: nací en plural, pues. Estoy segura, como dice mi amiga Cristina, de que crecí con confeti en los calzones. Queda la duda si, quizás, siempre vendrán tiempos mejores.

Somos gregarios. Si en mi país se celebra una boda, somos muchos, cientos. Si en mi ciudad hay un baile en la plaza, también. Nos congregamos, gozamos de hacerlo. Me da risa cuando los italianos hablan de sus larguísimas mesas de familia comiendo agnolotti en la campiña.

Los mexicanos somos de mesas más grandes y no nos importa su geometría: nos amontonamos y dominamos como pocos el arte de que nalgas de dos personas distintas compartan una misma silla. Me duele no usar cacerolas gigantes. ¿Hace cuánto no canto un corrido? Yo siento que de verdad ya me está haciendo mal.

Somos juergueros, fiesteros, montoneros, masivos, multitudinarios. Así somos los mexicanos, y nos separaron. Era lo que tocaba, pero carajo, me duele hasta los huesos ver a mis hijas bostezar iluminando sonsadas en una clase a través de una pantalla y que su recreo sea por teléfono.

Ellas también nacieron pata de perro y organizan tacos de carnitas a la menor provocación. Hoy han tenido que hacer todo lo contrario a lo que les he enseñado. Besar menos nos provocará, lo sé, algo de daños colaterales. Somos indivisos, somos inseparables, somos inherentes. Eso somos los mexicanos, eso somos los chilangos.

Aunque se diga que siempre vendrán tiempos mejores, hoy nos sentimos lejos. Somos vastos, vastísimos. Hemos de comernos, en días regulares, como cinco tacos per cápita; mil 825 tacos al año me parecen poco. Haciendo números, yo soy (¿o era?) de ocho en Los Cocuyos, de cuatro en Los Panchos, de seis de canasta con salsa cruda atrás del Sam’s de Ejército Nacional.

Me decía el taquero de los de cabeza en Virreyes, hace unas semanas, cuando apenas se reinstaló: “Doña, despachar menos de 100 diarios me va a matar de la tristeza. Nos está matando a todos”. No quiero más mutes, no quiero relacionarme a través de las pantallas, quiero más tacos.

Necesito volver a los mercados y tentar los aguacates. Quiero cocinar para 20, quiero un número importante de martinis en mis bares, quiero mucho y muy buen vino. Mi alma y mi corazón se nutren de las carcajadas de mi descendencia, mi felicidad es directamente proporcional a las horas que paso con los que quiero en una sobremesa. Necesitaba desahogarme.

Valentina Ortiz Monasterio @valeom

Esta columna de opinión expone exclusivamente el punto de vista de su autor y no necesariamente refleja los valores y/u opiniones de Chilango.