Extenuado por su infatigable trabajo de cinco años, Miguel Mancera invitó a cenar a casa a sus amigos y generoso les preparó una ensalada de macarrones, uvas y pimiento morrón (deliciosa receta). Al sentarse se disculpó con naturalidad: si no fue anfitrión antes era por el extenuante encargo de gobernar.

Su legado a la CDMX, que no le había dejado ni una noche libre, era un castillo de prosperidad que así resumió en el spot televisivo: una nueva Constitución, el programa Médico en tu Casa, Ecobici, 70 kms de Metrobús y wi-fi. Aunque agotador, semejante esfuerzo nos dejaba una ciudad vigorosa, vanguardista.

Pero un día tembló con fuerza en la ciudad y su brillante herencia no lo pareció tanto. Si en vez de enunciar el wi-fi y lo demás, en la agradable velada hubiera respondido a la amiga que le dijo “te critican por todo” algo como “Sí, pero cada uno de los nuevos edificios está construido con materiales de primera calidad, es resistente a sismos, y ningún funcionario capitalino recibió un peso de ningún constructor por debajo de la mesa para participar de la corrupción inmobiliaria que asesina inocentes con materiales fuertes como la plastilina”, hoy quizá estaríamos pensando en las poderosas aleaciones metálicas con qué alzarle al precandidato presidencial un monumento a prueba de terremotos, y no con unicel, como el usado en el Residencial San José, de Portales. La torre colapsó a nueves meses de su estreno con una abominable presunción: “materiales de última tecnología”.

Las pruebas del delito sobran: el Colegio Rebsamen, símbolo máximo de la catástrofe del 19 de septiembre por la muerte de por lo menos 19 niños, se cayó justo en el sector construido hace cerca de tres años. No hay que ser estructurista para presumir que no es muy correcto que la directora Mónica García haya edificado su casa (incluyendo un jacuzzi) y la de su hermano Enrique sobre las aulas, y más arriba creara un roof garden.

LA ADMINISTRACIÓN DE MANCERA NO SÓLO AUTORIZÓ EDIFICIOS O ESCUELAS FUERTES COMO FLANES, SINO QUE NI SIQUIERA SABÍA CUÁL ERA EL PROTOCOLO ANTE UN EDIFICIO GRAVEMENTE DAÑADO, Y NO DIGAMOS DERRUMBADO

Todo se vino abajo. Su crimen y el de la autoridad de Tlalpan que dio los permisos para semejante esperpento arquitectónico (o lo dejó pasar) serán causa del eterno dolor de los padres, y de la imperdonable ausencia de todos esos chiquitos.

No pasó mucho para que el espíritu solidario de los capitalinos dejara de ser su único impulso. De pronto, llegó la rabia: este gobierno fue partícipe de permisos inmobiliarios que son homicidios en masa. “Al menos 47 edificios colapsaron por corrupción, por ahorrar dinero”, indicaba una nota en la que especialistas del Colegio de Arquitectos y otros soltaban sus primeras conclusiones en medio del drama. “Los errores u omisiones en los bienes inmuebles desencadenan casi siempre en desgracias con efecto dominó”, dijo el arquitecto Axel Miramontes.

La administración de Mancera no sólo autorizó edificios o escuelas fuertes como flanes, sino que ni siquiera sabía cuál era el protocolo ante un edificio gravemente dañado, y no digamos derrumbado. Pese a que vivimos en una geografía que a cada rato se sacude, el gobierno se quedó impávido ante el desastre y el jefe de la capital careció del más elemental liderazgo. Frente a este desgobierno lastimoso, la población, los ciudadanos comunes, con su poderosísimo esfuerzo intuitivo se volvió la conmovedora figura de esta historia.

Sólo hay algo que se parece lejanamente al consuelo: que los miserables villanos de esta tragedia, personajes que irán siendo públicos y que aún ocupan oficinas de gobierno y privadas, gocen -ellos sí- una resistente y nueva vivienda. La cárcel.