Dicen que todos los seres vivos venimos del agua. Los bebés recién nacidos son capaces, por instinto (o pulsión, si nos ponemos Freudianos), de aguantar la respiración al momento de sumergirse en una alberca. Y durante las vacaciones, lo que muchos chilangos y chilangas más anhelan, es escaparse aunque sea a algún parquecito acuático que tenga toboganes y calentitas aguas.

Ahora imagínense el combo de música, alcohol, sustancias extrañas, agua y trajes de baño. El Carnaval de Bahidorá se ha convertido en un pedacito de fiesta que aprovechan todos los que se pueden dar el lujo de organizarse con sus amigos, ahorrar pa’ provisiones, y dejarse llevar por el placer absoluto algunos días, antes de regresar a las respectivas obligaciones.

Todos sabemos que hay algo de encanto en la música “indie”. El término debe utilizarse con cautela, pero hay una generalización entre las masas a llamar indie a música que no le llega a las fórmulas tradicionales del pop, pero que es de fácil escucha y plena viralización entre muchachos y muchachas en sus veinte o en sus tempranos treinta.

Muchos se ponen como Gremlins salpicados con agua cuando ven a la horda de amigos de la Ibero o el Tec haciendo sus planes para lanzarse a las Estacas a ver a artistas que muchos ni conocen, y otros nomás ubican porque se acaban de meter a YouTube para prepararse a cantar la canción más hot del momento. Pero hay que ser sinceros: no por conocer o no conocer a un artista te ganas un grado más de purificación espiritual o cultivación intelectual. Las circunstancias se dan por diferentes vertientes. A ti te habrá tocado conocer a algo que otros no, y viceversa.

También es cierto que, muchas veces, ese espíritu YOLO que los millenials ostentan (ostentamos) se sale de control y la chaviza nomás se dedica a ponerse hasta la madre, y causar estragos por todos lados. El otro día estaba scrolleando mi timeline de Facebook, y además de los muchos que ofrecían boletos de Bahidorá con frases como “al precio”, “ya quedan pocos” y demás artimañas dignas de un vendedor de chácharas teotihuacanescas, también me encontré con algunos detractores del festival.

Había uno que decía que el medio ambiente, el ecosistema que representa un lugar como las Estacas, tarda mucho en renovar la polución que un festival de tales magnitudes causa. Y no, no somos greenpeacers de hueso colorado ni nada, pero probablemente tal declaración tenga un punto, y es que, ¿vale la pena hacer un evento masivo en un entorno que normalmente no presenta dichas condiciones?

El lado fuerte de Bahidorá es la música. Se convirtió rápidamente en otro de los festivales esperados cada año por los mexicanos, como son el Vive Latino, el Corona Capital, el NRMAL o el Festival Marvin: todos han logrado consolidarse por la oferta sólida que presentan, un cartel bien curado y la expectativa por ver artistas de talla internacional; ya no sólo se queda en un sueño guajiro de “a ver si vamos a Coachella este año”. Este año el Bahidorá traerá a Mac DeMarco *ovaciones muchas para los organizadores*, De La Soul, Hollie Cook o Modeselektor, lo que garantiza que si la gente va a escuchar y disfrutar, entonces se la pasará de lujo.

Después de todo este choro, el punto es que el Carnaval de Bahidorá es un proyecto que supo apuntar bien a un target, y también supo ejecutar de buena manera su cometido —porque aunque tengas una idea portentosa, si la primera vez que la pones en práctica no te salen las cosas bien, seguramente no repetirás la experiencia—. Logró convertirse rápidamente en un buen plan para los amantes de la música y para los amantes del desmadre. Una combinación que, si se sabe campechanear de buena manera, seguramente se convertirá en uno de esos viajes que siempre recordarás con tus amigos, pero que jamás contarás a tu descendencia… y además, las Estacas son (¿es?) un paraíso.

ACTUALIZACIÓN: Mac DeMarco canceló su participación… ¡será para la próxima!

Larga vida al Carnaval de Bahidorá.

https://www.youtube.com/watch?v=FJEzEDMqXQQ