La primera vez que Alejando Marcovich vio a Saúl Hernández cantar, no imaginó hasta dónde llegarían juntos; se limitó a pensar que la voz del cantante era chistosa.

El culpable de todo fue Carlos, el hermano de Alejandro. Estudiante de cine, Carlos le pidió a su hermano el guitarrista que armara una banda para una fiesta en la que pudiera recaudar dinero para grabar un corto. Alejandro acababa de terminar con otra banda, Leviatán, y no estaba muy convencido. Pero Carlos había hecho parte del trabajo: había convocado también a Alfonso André, un baterista al que conocía de cuando estudiaban en el Madrid, y a Saúl Hernández, a quien conocía de alguna fiesta. Alejandro aceptó armar una banda con ellos sólo porque su hermano lo necesitaba. Alfonso también aceptó de inmediato; Saúl, que tenía entonces una banda llamada Frac, tardó en dar el sí.

Fue hasta dos días antes de la fiesta que pudieron ensayar. Nunca antes se habían visto; sólo Alejandro había visto cantar a Saúl alguna vez. Ensayaron en casa de Alfonso André, en la calle Cerro del Aire, durante 12 horas cada uno de esos dos días. En sólo 24 horas de ensayo crearon un repertorio original. A diferencia de otros grupos que tocaban en fiestas, no interpretaron covers sino canciones suyas. «No teníamos intención de nada, ni formar un grupo, sólo queríamos sacar la tocada y adiós», recuerda ahora Alejandro. «La banda era para divertirnos nosotros y para que la gente bailara y se divirtiera, nada más», dice Alfonso. La fiesta en casa de los Marcovich, en las Águilas, fue un éxito.

Habían encontrado que sonaban quizá demasiado bien.

Carlos obtuvo el dinero, la gente bailó, y la cosa pudo haber quedado ahí. Pero André, Hernández y Marcovich habían encontrado que sonaban quizá demasiado bien. No sólo divertían a la gente, sino que podían ir más allá: el atuendo de Saúl, con falda, conmocionó a la fiesta. Consiguieron más tocadas.

La mezcla de rock, punk y cumbia, vestimentas y maquillajes extravagantes, se volvió de culto en el underground de la ciudad. Se bautizaron Las Insólitas Imágenes de Aurora por un cuento de Saúl Hernández con ese nombre.

Un día, para sorpresa de ellos mismos, aparecieron en el programa de Guillermo
Ochoa. Por primera vez en la historia, las “promesas de la música” no eran jóvenes recatados. En horario estelar, los inundaron de preguntas: ¿Por qué se visten así? ¿Su música es cumbia o rock? ¿Por qué tienen playeras de Tin Tan y de Pedro Infante?

En 1986 “El Oso” Pavón produjo “La vieja”, “El safari” y “Hasta morir”, las primeras canciones de lo que 10 años después sería la gran banda del rock mexicano. Ese mismo año el proyecto “esquizopsicodélico” –así le decía
Saúl– se disolvió. Se dice que se separaron porque Saúl y Alejandro tuvieron diferencias de dinero. Y que el primer roce se produjo por un problema menor: Saúl, que durante toda la historia del grupo se había dedicado a tocar el bajo, decidió un día tocar la guitarra. Las tensiones crecieron; a la par, a Marcovich le ofrecieron tocar con el entonces exitosísimo Laureano Brizuela. Y aunque Alfonso estaba muy satisfecho con lo que se hacía en Las Insólitas, para entonces Saúl ya tenía otro proyecto con Diego Herrera. El proyecto se llamaba Caifanes.

La célula que explota

Habla Diego Herrera, tecladista: «En mis ensayos con Gerardo Bátiz a veces se aparecía un personaje con pelo parado, pintado de negro, ojos delineados, bastante particular. Un día me lo encontré en el 9 y le dije: “A ti te conozco”. Él me dijo que se llamaba Saúl. Hablamos de música y otras cosas, y al final me dijo: “Oye, tengo una grabadora de cuatro canales”. Yo le respondí: “Oye, pues yo tengo un sinte; vamos a juntar las canicas”.

"Un día Saúl y yo íbamos en mi vocho rojo, en Circuito Interior, y de pronto escuchamos “Mátenme porque me muero” en el radio." -Diego Herrera

»Nos juntamos en un cuarto de azotea en la casa de Saúl, en Porfirio Díaz, en la Del Valle, y empezamos a grabar. Me puso sus rolas, le enseñé cosas mías, y le dije: “¿Sabes qué, güey? Hagamos unos demos y nos vamos a España”. Lo dije porque aquí no pelaban. Grabamos dos rolas de Saúl y dos mías: “Mátenme porque me muero”, “¿Será por eso?”, “Nada” y “Amanece”. Con nosotros grabó Santiago Ojeda, Sabo, Juan Carlos Novelo. Conseguimos el estudio de… ¿Los Yonics? No, no eran Los Yonics… en fin, un estudio en el que grabábamos a la una de la mañana, en los tiempos muertos.

»Un día Saúl y yo íbamos en mi vocho rojo, en Circuito Interior, y de pronto escuchamos “Mátenme porque me muero” en el radio. Quién sabe cómo le había llegado nuestro demo a la estación Espacio 59. Al principio no la reconocimos. Poco a poco nos dimos cuenta: “¡Güey, es nuestra rola!”, pegábamos de brincos en el vocho. Ya habíamos empezado a pegar aquí, gracias al demo. Empezamos a tocar en el Tutti, en el 9, en todos lados.