Intentar explicar la carga simbólica y artística de una obra como The Wall sería motivo de una tesis o de un sesudo ensayo de alguien tan erudito como el autor de la máxima pieza de Pink Floyd, Roger Waters; sin embargo, lo que el cantante inglés presentó las noches del pasado viernes y sábado no pueden quedarse sólo en la memoria de los asistentes, pues no sólo fue un concierto más de la ciudad, fue una experiencia para reflexionar, incluso, la situación de violencia actual que vivimos en nuestro país.

A cada uno de los ladrillos que fueron edificando el gran muro que antaño han significado la opresión, la injusticia y la violencia, se le unieron varios más: el rostro de los niños muertos “por lo que llaman la guerra de narcos”, así lo explicó Waters en un español claro y fuerte (además dedicó el concierto a su memoria) y un sonoro “Estamos hasta la madre” se dejó leer en las pantallas de dimensiones monumentales que construían dicha pared. Así, todos los asistentes con la piel enchinada respondieron con aplausos, gritos y unos cuantos con lagrimas, al tiempo que cantaban “Another Brick In The Wall”.

Ésta era apenas la tercer canción y el público ya estaba alucinado no sólo por la parte emotiva sino ante el despliegue de las imágenes en el gran muro y el sonido de los aviones de guerra (surround) y la pirotecnia que acompañó a la primer canción “In The Flesh”. Y eso sólo fue el inicio…

Así transcurrieron canciones como Goodbye Blue Sky, fieles a la estética de la película con animaciones (los aviones de la Segunda Guerra y un mar de sangre), fotografías (de alguna Dirty Woman), títeres (del Teacher y la Mother, por ejemplo) y toques de actualidad. Niños, adolescentes, adultos y hasta mayores de sesenta años (que fueron a recordar su épocas doradas) convivían, asombrados por la tecnología que desbordaba oídos, ojos y sentimientos. Pronto llegó el intermedio…

El regreso primero nos trajo “Hey You”, “Nobody Home” (ya con la pared llena en su totalidad) y un sonido de teléfono nos indicó que seguía una de las favoritas, “Comfortably Numb” (otra de las que todo mundo cantó), enseguida nos introdujo al mundo de Hammer, de nuevo con los aviones de guerra y Roger Waters usando gabardina negra y cruzando los brazos alabando a los martillos que marchaban al ritmo de soldados recordando a la suástica, para finalmente aparecer en una imagen gigantesca (en las pantallas) armado con el famoso fusil alemán de los nazis el MP40, para disparar ráfagas de fuego en todas las direcciones del escenario, mientras en el aire volaba un cerdo negro con los signos de la estrella de David y de Mercedes Benz, entre otros. A esa parte vertiginosa le siguió ‘Crazy’, donde la imagen de un pobre muñeco de trapo es devastada, mientras pasa un resumen de imágenes del maestro, la madre y la flor que devora el clavel y, como bien sabemos, hasta terminar derrumbando el muro.

La emoción en ese punto era tal que daban ganas de abrazar al que estuviera al lado, y la gente se lo hizo saber a Roger Waters, quien en repetidas ocasiones decía gracias, mientras el público gritaba a coro Roger, Roger (incluso con el famoso oe, oe, oe, oe, Roger, Roger) el público no era el único extasiado, el legendario artista lucía feliz y emocionado. Así fue como cerró los dos conciertos que enloquecieron al público mexicano, con una reciprocidad que, aunque es bien sabido el público nacional es de los mejores del mundo, en esta ocasión fue más que eso y derivó en una conexión en la que tanto artista como público se dijeron gracias.