Las escaleras del Auditorio Nacional están llenas de sonrisas nerviosas. No son chicas esperando ver a One Direction o a Justin Bieber, les sobran unos 40 años y un número similar de kilos. Pero están expectantes y felices porque esta noche van a ver a sus ídolos de antaño.

Son señoras y señores que se dan permiso de olvidar que deben pagar la hipoteca y tomar la pastilla para la gota: es día del Power of Music Fest y es la excusa perfecta para ruckear, perdón, rockear.

Son casi las 20:30, la hora en que debe arrancar el show. A diferencia de un concierto de rock “juvenil”, los stands de venta de chela no están atascados. El bar, en el área central del lobby, presenta altas ventas de otras bebidas, servidas en vasito jaibolero.

“Se está vendiendo muy bien el whiskey”, dice Andrés, quien atiende el quiosco central. También al stand de las bebidas calientes le está yendo bien: que el capuccino, que el té chai, que el muffin. Hoy a la señoriza le importa un sorbete la dieta y las advertencias de diabetes.

Los outfits son variados: está desde el señor con chamarra de cuero y patilla enorme, hasta la señora que no tuvo tiempo de ir a casa a cambiarse y trae todo el atuendo oficinista: traje sastre, arete de perlita y zapato de meter, no vaya a ser que se ponga duro el slam y la chava se nos vaya a cansar.

Las cabezas calvas abundan e intentan disimular las carencias capilares con gel, embarrando con destreza los tres pelos que les quedan como quesillo de Oaxaca. Las panzas abultadas bajo las playeras negras delatan que esos cuerpos rockeros vivieron tiempos mejores.

Alfonso, de 60 años, viene con Alfonso junior de 25. Al hijo le tocó de rebote la música que escuchaba su papá y vienen a ver juntos a sus estrellas.“Nos enteramos hace más o menos dos meses, venimos a ver principalmente a Vanelli, estamos emocionados. Aunque los precios están manchados aquí andamos”. Vienen acompañados de Gabriel, un cuate de 55 años, cuya esposa fue a tirar el miedo antes del concierto.

(Reseña: El confuso mundo 2.0 en un concierto de Justin Bieber)

Ningún problema para el ingreso. Nadie intentando dar portazos ni falsificando accesos. A estos rockeros, la edad los volvió civilizados y llegan a su asiento numerado, con cierto trabajo, eso sí, porque hay que agacharse y el cuerpo ya no está para esos trotes. Después de una breve espera, la primera en aparecer es Sheena Easter. Enfundada en un vestido rojo que seguro aceleró más de un marcapasos, fue la encargada de abrir el espectáculo. Sus tacones plateados se movían por el escenario para beneplácito de los ñores.

“Esta era una de mis canciones favoritas en los 80, cuando yo estaba en mis veintes. Seguro ya están haciendo cuentas, así que les ahorro las matemáticas: tengo 55 años”, dijo decidida, con lo que se robó las sonrisas y los gritos del Auditorio. Tras una dosis de baladas enérgicas y dar una cátedra de cómo se canta en vivo (toma nota, Britney), Sheena dejó el escenario y una pausa de media hora fue suficiente para que el público saliera por un jocho o un tecito.

El siguiente en entrarle al quite fue Gino Vannelli. El canadiense arrancó suspiros y piropos de las ñoras. Enfundado en su traje estrecho color negro y una greña entre Hugo Sánchez y Pedrito Fernández, salió al escenario derrochando movimientos de cadera que hicieron olvidar a sus seguidoras su condición menopáusica. La rola con la que Vanelli triunfó fue “One Night With You”, con la que cerró su actuación.

Otra media hora para cambio de instrumentos y la gente ya estaba impaciente. Algunos incluso aprovecharon para echarse una jetita, desparramados en butacas (no es lo mismo Avándaro 40 años después) mientras esperaban el arribo de Christopher Cross. Cuando el público comenzaba a desesperarse, Cross apareció y el malestar le fue perdonado. ¿Cómo terminó de echarse a la bolsa al respetable mexicano? Aventándose una rola en español, por supuesto. “Abro mi ventana” seguida del “Tema de Arturo”, clasicazo que hasta los más morros seguro han escuchado en algún soundtrack de chick flick.

El encargado de cerrar fue Billy Ocean. El Auditorio ya mostraba muchas butacas vacías porque era miércoles. “Love train”, una de sus rolas más emblemáticas le enchinó el cuero a más de uno. Pero fue “Caribbean Queen” la que puso a menear cadenas del público, quien por un momento olvidó que ya eran las dos de la mañana y al otro día había que ir a chambear.

Afuera del Auditorio el souvenir se vendió poco.

Y mientras en los conciertos juveniles es obligación pasar frente al Auditorio para agarrar el metro o treparse al micro, aquí el respetable iba directo al estacionamiento por su coche. Los beneficios que dan los años.

Lo sentimos por los vendedores, pues se quedaron con sus tazas, plumas y playeras con la leyenda “I love 80’s music”, esa música ochentera que por una noche sacudió la polilla en el Paseo de la Reforma.