LadoB Tacvbo, Religión El Taconazo y Yo soy el café son clubes de fanáticos fundados en México. Reúnen a unos cuantos miles en una misión poco visible, casi siempre silenciosa y discreta, comparada con la dimensión alcanzada por la página oficial de Café Tacvba en Facebook, que este otoño había logrado convocar 2.2 millones de firmas, o la que mantiene en Twitter, con más de 1 millón de seguidores. Un fan fiel es el que hace que una banda siga viva a pesar de que se repita y que sus nuevos discos sean tan rígidos como un viejo acetato.

«Un fanático sigue a una banda por su música, pero lo más importante son los lazos de identidad que se llegan a crear y que representan una especie de ideal», dice Claudia Lubián, fundadora de uno de los clubes de seguidores de la banda. «En momentos difíciles sus letras han estado a mi lado, cuando me he enamorado, cuando tengo un logro, cuando tengo que volver a comenzar», explica su compañera Aby Tacvba. Un club de fans es también una casa sin muros ni reglas en donde pueden ocurrir las más insospechadas formas de la adoración.

A principios de octubre, Alberto Pérez Borja, fundador de Yo Soy el Café, citó a Steffy Arlene, Claudia Lubián y Aby Tacvba, sus socias en el club. Reunieron fondos para comprar cinco copias de El objeto antes llamado disco y obtuvieron brazaletes para la firma de autógrafos en el Metropólitan. En Twitter lanzaron una convocatoria para regalarlos entre los fanáticos que enviaran las mejores fotografías que involucraran pósters, recuerdos y discos.

En unas cuantas horas cientos de seguidores bombardearon la cuenta #Yosoyelcafé. El primer lugar fue para un fan llamado Tacvbo Ocram K´ekame, con la fotografía de un mural compuesto por todos sus discos, cinco pins conmemorativos de conciertos, dos tazas, una cantidad imposible de revistas con fotografías e historias, y dos listas originales de las canciones que el grupo tocó en distintos foros del país. En el furor por ganar uno de los brazaletes restantes, un fan escribió el nombre del club sobre el tórax y se tomó una fotografía desnudo.

Nos debemos a la gente. Sin ella no estaríamos aquí. Hubiéramos pasado 20 años tocando en un cuarto”, dijo Meme en una ocasión.

En un cuarto que reservó en su casa, Rubén guarda una herencia que con los años ha ido escalando en los muros y empieza apilada en el suelo: las cosas que los fans les regalan. Hay pósters de su imagen que no son de tamaño natural, sino más grandes; retratos a lápiz, dulces, calabazas, calaveras pintadas a mano, miles de cartas y coloridos brazaletes.

«Cada vez que veo todas esas cosas pienso que uno ni se imagina lo que la música es capaz de despertar en la gente, y cómo está presente en su vida», dice Zopilote, sentado en la silla alta del Teatro Metropólitan, en espera de la llegada de un fan más de los dos mil que han hecho fila todo el día. Enciende el palo santo sobre la mesa y, mientras aspira el aroma con fuerza, susurra: «Es dulzura para el corazón».

Una semana después el cuarteto salía de gira por Sudamérica. El último domingo de octubre desayunaban en Santiago de Chile cuando Joselo recibió un mensaje que anunciaba que Lou Reed había muerto. Quiso llorar, pero se contuvo. En Reed había encontrado los puntos de identidad y los ideales de los que hablaba Claudia Lubián, la fundadora del club Yo Soy el Café. «No era mi pariente, pero lo sentía cercano», confesó Joselo. Cuando descubrió el significado de la canción «All tomorrows parties», en la que Reed cuenta la historia de una niña pobre que sueña con un vestido, supuso que la letra, escuchada en 1967, debía haber cambiado la vida a miles de americanos.

Dos días más tarde, en un concierto en Buenos Aires, Café Tacvba tocó «Trópico de Cáncer», que hace unos años compuso como un homenaje a Lou Reed. «El contrabajo de Quique y los coritos del final nos delatan como fans», recordó el guitarrista de la banda.

Mientras tocaban la canción, Rubén miró al techo y envío a Reed un saludo que a Joselo le pareció que debió llegar hasta las estrellas.

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Rubén (Diego Luz)