Radiohead hizo del Palacio de los Deportes su catedral en el segundo concierto de la banda en la Ciudad de México. Los de Oxfordshire evangelizaron de una vez por todas a sus feligreses mexicanos, en una ceremonia que se extendió por dos horas y un poco más. Su mensaje fue contundente: no pierdas la fe en el rock, en la música, en el arte.

Diez minutos después de las 21:00 horas, Thom Yorke se plantó ante el púlpito, tomó el micrófono y puso de pie a la comunidad, unas 20 mil personas. Asistido por los hermanos Greenwood , Ed O’Brien y Phil Selway, el oficio arrancó con himnos de reciente manufactura, que poco a poco van creando mella en las almas. “Burn the witch”, expresó metafóricamente el reverendo del ojo cansado, pero su sermón iría más allá de la condena. Al madurar el concierto, llegaría la redención.

Una noche antes, el lunes 3 de octubre, el quinteto ya había dejado huella. Su palabra se reprodujo digitalmente, vía trending topic, creando ecos. Nuevos milagros fueron anunciados entre los testigos, en oficinas y escuelas, a pie de calle, en redes sociales: “estuvo bien chingón”, “poca madre, lo mejor del año”, “cerraron con ‘Creep'”, “‘Planet Telex’ me hizo llorar”, “nunca había escuchado ‘Let down'”, “hicieron que el Palacio se escuchara como nunca”…

Sin embargo, como dijo Santo Tomás: “hasta no ver no creer”. ¡Qué poca fe tenía! Lo acepto, mea culpa. Pero había que ir y comprobarlo. Mi lugar en el templo estaba en las alturas, última fila, sección E17, fila L, asiento 2. Y desde ahí lo vi todo, tan lejos y tan cerca…

Cuando Phil Selway marcó la entrada para “The bends” recuperé la fe. Fue en ese preciso momento, la iluminación llegó a través de ondas sónicas, con guitarras desgarradas. Recordé uno de esos episodios en apariencia intrascendentes que se quedan vivos en la memoria. Fue un flashazo: en un instante me vi en 1995, comprando justamente el The bends con mi distribuidor de confianza del Bazar de Zaragoza. Recuerdo que me costó 60 pesos y que desde la primera vez que lo deslicé en la charola del Sony Dyna Power ya no pude soltarlo. Aún conservo esa reliquia.

Si ese paseo por la segunda placa de Radiohead fue especial, también lo fueron los pasajes dedicados al OK Computer. Nunca había escuchado “No surprises”, ni “Exit music” en vivo. Fue como volver a comulgar, después de años de no hacerlo.

Si hubo un momento de clímax, creo que llegó al final del primer encore: “Paranoid android” fue un padrenuestro, una alianza renovada. Llegó en forma de coro: los fieles se tomaron de la mano y entonaron “rain down / rain down / come on rain down on me”, en éxtasis, iluminados por explosiones de colores azules y rojas, bajo la cúpula del Palacio, que por una vez en sus casi 50 años se escuchó divino.

Y al final nos dimos la paz. “There there”, “How to disappear completely” y”Fake plastic trees”como despedida. Ya no quedaba más que decir, el milagro era verdadero, lo vimos, lo escuchamos, fuimos testigos y ya era hora de comenzar a divulgarlo. Pero faltaba un último gesto, un guiño cómplice fuera del programa: las luces ya se habían encendido cuando el clamor de la grey mexicana hizo volver a la banda de los camerinos para una última bendición, un baño de agua bendita y sudor: “You’re just like an angel / Your skin makes me cry”.

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