Del tío borracho a la tía chingaquedito.

Los peores momentos de las reuniones familiares

 
Aún así los queremos(iStock )
Por Pável M. Gaona

Sí, es muy chido reunirse con la familia, tragar como si no hubiera un mañana y viborear acerca de cómo le ha ido a los primos o, por qué no, para darle un abrazo sincero a nuestra tribu, ésa que está incondicionalmente para nosotros y con la que compartimos apellido.

Aunque eso no significa que todo sea miel sobre hojuelas: también hay momentos MUY incómodos en las reuniones familiares. Te dejamos algunos que seguro has experimentado al menos una vez. ¡Venga!

Cuando sale a relucir que eres un fósil. 

Lo has prometido año tras año. Ha sido tu propósito de Año Nuevo desde 2007 pero siempre pasa “algo” que impide que termines la tesis. Ante la pregunta “¿Y ahora sí ya te titulaste?” no te queda más que decir que este año, Bendito sea Dios, has tenido mucho trabajo y pues ni tiempo has tenido para avanzarle. Has cambiado de tema de tesis más que de relaciones (ahorita vamos para allá) y nomás no se ve para cuándo al fin vayas a tener el mentado librito y cada año la pregunta es la misma. Ni modo, mientras sigas procrastinando la seguirás escuchando por los siglos de los siglos amén.

¿Y la novia? ¿A poco sigues soltero?

Si nuestras tías fueran reclutadas por el profesor Charles Xavier, su poder mutante aniquilador sería hacer preguntas incómodas en el momento exacto.

Apenas estás saboreándote tu consomé o tu taco de barbacoa cuando la tía ya hizo la típica pregunta que a todo el mundo le provoca agruras: ¿y la novia/el novio? Porque claro, como ellas se casaron a los 21 años, allá en los tiempos de la canica, pues a todo aquél que pase de los 23 ya se le empieza a ver con cara de quedado. Si la agraviada es chica, con lástima le dan una palmadita en el hombro diciéndole que “pronto llegará el indicado”, y si es hombre, empiezan a aplicarle el “guapo, soltero y otoñal: seguro puñal”. ¡Déjennos en paz, carajo!

¿Y cuánto ganas, hijo? Porque a tu primo Pepe le está yendo súper bien…

Y vámonos con otro de las tías, porque nos ofrecen mucha tela de dónde cortar. Al no tener una vida propia para emocionarse, tienen que vivir a través de sus hijos o sobrinos (no digo que todas, hay unas tías a todo dar, lo que sea de cada quien...) y se proyectan a la menor provocación.

No conformes con haber obligado a sus hijos a ser abogados o ingenieros, ahora los presumen como trofeos de feria y malmiran a los pobrecitos ninis y chairos que decidieron estudiar ciencias sociales o humanidades. “¿Ya ves, hijo? Hubieras estudiado otra cosa, a tu primo le está yendo rebien, acaba de cambiar de coche”. Y tú te tienes que quedar con cara de “¿Sí, verdad? Qué padre”, mientras te desquitas con el primer taco de cochinita pibil que se te pone enfrente. “Pero querías estudiar Historia”, te dices mientras vas por otra ronda de fritangas porque las penas con grasas trans son menos. 

Me salió una cosa bien rara en la nalga izquierda, ¿quieres ver?

Al fin logras evadir a las tías y te cambias de mesa, donde sólo hay un tío y por fin ves un poco de luz en el camino cuando te das cuenta de tu error: te cambiaste a la mesa de tu tío el achacoso.

Por más que intentas evadirlo tuiteando o checando tu Facebook, el tío no se da por vencido y te echa una historia tras otra de sus últimas visitas al doctor: que anda malo de la próstata y lo ataca el chorrito traicionero, que le salió un forúnculo en la nalga, que los pies se le hinchan más que al hobbit, que (no estás para saberlo) pero ya no paraguas... Más te hubiera valido quedarte en la mesa de las tías, o ya de plano, haber sufrido muerte de cuna, porque la lista de males del tío es inacabable y la noche todavía es muy joven.

Las anécdotas de mamá.

Las mamás tienen un tino especial para ponernos en ridículo. Todas esas cosas que nos avergüenzan y nos ha costado varios años desaparecer sistemáticamente, ellas lo exhiben como si se tratara de la cosa más interesante y digna de ser contada. Sacan de la caja de los recuerdos las fotos en las que teníamos más granos que un pozole de La Casa de Toño o cuando éramos más gordos que Rafita Valderrama antes de su bypass.

No importa cuántos años de terapia hayamos pasado para superar el mentado bullying, a ella les parece divertidísimo sacar a relucir dicho material ante los ojos de todos los presentes. Si llevaste algún novio/a prospecto a la cena quieres que la tierra te trague, y si no, pues seguro te aplicaron el punto 2 y tantito peor. 

 

Íralo, mijo, pedo desde chiquito. Así empezó. (foto: iStock)


¡Andale, mi'jito, participa en el juego con el payasito!

Hablando de momentos oscuros de nuestro pasado, qué tal este trauma retro que viene desde lo más hondo de nuestra niñez: vamos a la fiesta del primo Juanito y todo está bien hasta que un payaso con cara de asesino serial llega a “amenizar” la fiesta. Por supuesto, los adultos saben que el tipo en cuestión es inofensivo, pero para los pequeños el sujeto se ve grotesco, amenazador y tenebroso. No es gratuito que Stephen King haya traumado a tantas generaciones con su payaso Pennywise, mejor conocido como ESO. Los trinches payasos son feos y MUY.

La cosa se pone de horror cuando al maquillado ente se le ocurre organizar un juego y pasar a varios niños al frente a participar. Tú por dentro estás rogando por que no te señale pero lo hace, y cuando tu mamá te arrastra hacia el frente chillas como marrano en matadero. Papás, no lleven payasos a las fiestas, a menos que quieran dejar traumados a sus pobres chamacos de por vida.

¡Cálmate, tío, ya estás muy tomado!

Tampoco falta el tío que le hace muy bien al levantamiento de tarro, ese noble deporte en el que seguro México sí sacaría unas buenas medallas. El tío beberecuas por lo general es como Doctor Jekyll y Mr. Hide: en su modo sobrio es buena onda, dicharachero y cortés, pero una vez que ya se le pasaron los alcoholes se le trepa el chamuco y no hay manera de pararlo: se pone a decir palabrotas, se le insinúa a las invitadas, se cae en la mesa de la comida (o, en el caso de las bodas, en el pastel) y hace pasar tremendas vergüenzas a sus pobres hijos que ya nunca quieren ir a las reuniones por los papelones de su señor padre. Si es que la reunión familiar es a honras de un evento como unos quince años, boda o cumpleaños cualquiera, el tío querrá echarse un emotivo brindis, repetitivo, lleno de hipos y eructos hasta que empieza a llorar y alguien le tiene que quitar el micrófono.

¡Claro que sí la conoces, es mi prima la Yoyis!

Y vamos con otra de nuestras mamás. Ellas se obstinan en hacernos recordar a personas que tal vez fueron muy importantes en sus vidas, pero nosotros las hemos visto una vez y eso cuando estábamos en la cuna. Nos dicen cosas como “ay, cómo no te vas a acordar de mi amiga Chayo, si ella te cargaba cuando eras chiquito, vela, ¡sí te acuerdas!” Y pues tienes que terminar fingiendo que te acuerdas del personaje para que el martirio se termine.

¡Ándale, hijito, párate a bailar!

Consejo, queridos chilangos: no bailen en las fiestas familiares o las tías y primas los van a terminar explotando como bestias de poca monta. Al momento del baile la mayor parte de los hombres mágicamente desaparece, se aparta o finge tener conversaciones profundas e importantes para evadir el baile. Y al pobre infortunado que mostró que medio movía los pies en las cumbias le toca bailar con la mamá, las tías y sus amigas. Si eres chava la cosa tampoco está chida: al momento del baile es cuando te presentan al amigo de no se quién para ver si es chicle y pega y te condenan a bailar de caballito con un monigote sudado y maloliente, a ver si ahora sí sales y al fin agarras marido porque ya se te está yendo el tren.

¡Mordida, mordida!

Finalizaremos el conteo con un momento de pastelazo, literalmente. No importa que el pinshi pastelito que se haya comprado para la fiesta sea una miniatura y sea más que evidente que no va a alcanzar para todos los invitados, si hay un cumpleañero entre la concurrencia los presentes querrán embarrarlo, humillarlo y, por supuesto, sacar una foto del recuerdo.

No falta el primo pasado de lanza y de mano pesadita que sale de quién sabe dónde y te sambute toda la jeta en el pobre pastel, que queda arruinado en casi su 50%. ¿El saldo? Un tabique medio desviado, la ropa embarrada y la gente echando madres porque les tocó una rebanada delgadita, delgadita, como de torta de jamón de primaria de gobierno. Qué triste, de veras.

¿Qué les pareció este conteo? ¿Qué otro momento incómodo agregarían? La neta es que a pesar de todo, la tribu es la tribu y pues ni modo, hay que quererlos como son, porque ellos también nos quieren y a montones.

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