Chilango

MacMictlan

Harto de mantener en el cuarto de la azotea los cadáveres de una computadora Printaform, una Apple II, una Imac, una Toshiba, una Hewlett Packard y sus respectivas marañas de impresoras y mouses en desuso, teléfonos celulares y otros aparatos electrónicos, decido ofrecerles el eterno descanso en un cementerio idóneo para los de su especie.Se me ocurre darme una vuelta por la Plaza de la Computación en Eje Central y República del Salvador.

Recuerdo que, años atrás, en las inmediaciones, en Aldaco, en Meave, había locales que desbordaban los restos rotos de lo que fueron lustrosos aparatos: plástico descolorido, circuitos destripados, cables y armazones empolvados.Me dirijo allá y encuentro, sobre todo, lo contrario: bafles nuevos y gigantescos, luces multicolores, equipos de sonido y tiendas que resuelven cualquier problema para los sonideros de barrio: desde discos de vinilo de antaño hasta esferas con espejitos para rememorar la onda disco de los ochenta. La nostalgia y lo ultracontemporáneo en el perímetro de dos manzanas.

Encuentro también tiendas y locales, centros comerciales completos al interior de edificios interconectados que elaboran laberintos dignos de M.C. Escher. En ellos, se ofrece la vida intensa y pródiga que precede al mundo de Wall-e, el de los tiraderos de chatarra tecnológica.
En uno de aquellos locales El Yenis me aborda: «Qué se le ofrece, caballero, ¿quiere un procesador, un motherboard, un LCD…?» Quizás me ha visto aspecto de especialista o sólo quiere ejercer su esnobismo rutinario. «¿No hay por aquí quien compre computadoras en desuso?» El Yenis me observa, extrañado: «No, mi señor, vaya al primer piso, al fondo hacia Mesones, le pueden informar.»

Me doy cuenta que ofendí la reputación del Yenis: se ocupa de mercancía nueva, de lo más actual, de los aparatos mágicos que cambian la vida de las personas. «Aquí nomás tenemos equipos jóvenes», apostilla. Y, en efecto, noto que los chicos que atienden el establecimiento promedian los veinticinco años. Allí en Yenis Technology todos son Yenis: aunque el que me atendió se llame Fernando, o Mario.

Me dirijo hacia el local que El Yenis me indicó: está cerrado. No puedo dejar de pensar en mis antiguas computadoras que comenzaron a ser despreciadas desde que cumplieron tres años de edad. Quedaron poco a poco arrumbadas cual juguetes sin niño y sin universo que les dé sentido.
Su venganza será terrible: imagino una película de George Romero donde las máquinas adquieren apariencia de transformers-zombies que infectan con virus de metal a los humanos, que ven estupefactos cómo crecen en su cara y sus extremidades apéndices de hierro, acero o titanio, y sueltan lágrimas de plomo y brotan vellos de cobre.

¿Dónde están los hombres-máquinas que reciben los huesos de sus congéneres y se encargan de ellos, dónde el MacMictlan? Le pregunto a Dan, de Vertiz System de la calle de Bolívar, que me explica: «Los equipos se desmantelan y cada pieza o componente se separa para emplear el metal, por ejemplo, de los circuitos se extrae el cobre u otros metales». Añade que hay lugares que centralizan a gran escala los restos de las computadoras. Y sonríe cuando le recuerdo la película Wall-e: claro que la vio. Él es el Wall-e de esta calle.

La ciudad de México es un tiradero disperso de chatarra electrónica. Por ejemplo, cada año se consumen 51 millones de pilas, que una vez usadas son peligrosas para la salud y el medio ambiente. De ellas, se recuperará únicamente el 1.5%. De acuerdo con el Business Monitor International el país produce 300 mil toneladas anuales de basura electrónica. El plomo, el mercurio, el cadmio y el níquel que conforman esa chatarra envenenan la tierra y el aire.

Las empresas privadas que compran equipos obsoletos se interesan principalmente en lotes grandes. Marco el número de una de ésas compañías, y nadie me responde. Hay un buzón, dejo mis datos y espero a que me llamen. Ya pasaron tres días y nada. Mis viejos juguetes algo se sospechan.Ayer subí al cuarto de azotea y, por alguna razón, los equipos estaban en el suelo.Su venganza ha comenzado.