Chilango

La crisis de la mediana edad

Si acabo de balconear a mi amiga Sandra y el hecho inaudito de que va a cumplir 45 años, es de elemental justicia que yo anuncie en este espacio que sí, yo también, aunque no se me note ni en foto ni en persona, ni de lejos ni de cerca… yo también he cumplido 45 años de esplendor. Es decir, que acabo de entrar, formalmente, a la famosa crisis de la mediana edad.

Por eso cambié mi camioneta de señora por un auto deportivo de sólo cuatro plazas y una cajuela donde no caben las bolsas del súper. Por eso digo que ahora me falta conseguirme un amante de 20 años, aunque esto último no es cierto porque mi marido rinde como dos de 25 y soy yo quien a duras penas le puede dar batalla. Por eso me puse extensiones, sufro una dieta infame para volver a ser talla 5 y estoy dándole durísimo a las clases de tubo, pero me duele todo… porque ¡tengo 45!

¿Es hora del bótox? Quizá, pero me dan terror las agujas. ¿Es hora de ver al cirujano? Me dan terror los cirujanos, sobre todo después de que viví con uno. Mejor envejecer con gracia. Ser vieja y ya, y no vieja y además ridícula, me digo para justificarme. Porque, siendo sinceros, una cosa es que una no quiera por nada del mundo quedar como momia resucitada y para colmo con la cartera vacía, y otra muy distinta que yo sí debería comenzar a pensar en una retocadita tramposa, de esas que muchas se hacen sin siquiera necesitarlo, no bien cumplen la mayoría de edad. Y no es que me disguste mi cuerpo, que tantas satisfacciones me ha dado y me da, pero siempre es posible superarse, sobre todo a una edad en la que los únicos que me miran con lascivia indiscutible son los chavitos de 18 o los señores de 81.

Así pues, ¿a qué tanto remilgo con el bisturí?

No es moralismo, no es mi proverbial sinceridad ni ese radicalismo tan mío lo que me hace renunciar a la cirugía. Trampas hago muchas, desde hace mucho. Es trampa ponerse fierritos a los 30 para perfeccionar la sonrisa, pintarse las uñas y maquillarse el rostro ponerse extensiones en el pelo y rizarlo en el salón de belleza tres veces por semana como si de veras una tuviera la melena perfecta y quedara así luego de salir de la regadera. Así pues, ¿a qué tanto remilgo con el bisturí?

Diré una cursilería total, pero sincera: no me perdonaría, ahí desde el círculo del infierno de los lascivos al que seguramente iré a parar, que mi hijo se quedara sin madre por culpa de mi vanidad y antes siquiera de aprender a leer. No tendría de plano madre si eso sucediera (yo pues, no mi hijo). Así que mejor me quedo así: sorprendida de haber alcanzado esta edad, y comprendiendo con horror a mi madre cuando decía su célebre frase: «Es que yo me siento joven, pero el cuerpo ya no me da.»

¿O será por culpa de mi hijo que me siento tan pero tan cansada? A juzgar por el estado físico y mental en que quedaron mi hermano y mi cuñada, 12 y 15 años menores que yo, cuando se fueron a la playa con nosotros… No, no es su culpa, porque mi heredero es capaz de agotar a cualquiera que juegue con él, sin importar su edad ni su condición física. Y a juzgar por el brío con el que ya soy capaz de dar giros mortales en el tubo sin romperme la muñeca, mi estado físico es excelente. Pero tengo 45, aunque ni yo misma pueda creerlo, aunque todavía no me vea mal en minifalda ni se pueda saber a simple vista que soy la mamá más grande del kínder de mi hijo.

Mi miedo a envejecer es mental. Es como si hubiera subido una montaña muy alta y viera el mundo desde esa cúspide y tuviera que admitir que más adelante no queda sino el descenso. Porque así es, así será me guste o no, aunque me ponga en las manos del mejor cirujano del mundo o maneje un descapotable o me pare de cabeza en el susodicho tubo o todavía no se asome el fantasma de la menopausia. Porque aunque yo me sienta joven, el cuerpo dejará de darme cada vez menos energía.

No debería quejarme, porque estoy en el mejor momento de mi vida, pero, ¿cómo resignarse a que todo esto pase? ¿Cómo puede prepararse uno para la vejez, o al menos para el declive que la antecede? Y para ser más dramáticos, ¿cómo prepararse para la muerte, que sin duda ya está más cerca que lejos?

No tengo ni idea. Lo pensaré mientras ceno verduras, mientras selecciono los tacones y el maquillaje de mañana, mientras me asomo a ver cómo duerme mi niño, que llegará a la pubertad cuando yo llegue a la menopausia, horror de horrores.

 

Mónica celebró su más reciente cumpleaños, como todos los anteriores, en el mes de mayo, en un día en que nacieron todas las flores. Al día siguiente consideró formalmente inaugurada su madurez física (la emocional todavía no llega).